Un anciano de unos ochenta años estaba sentado en una mesa cenando, Policarpo sabía que su vida estaba en peligro. Un grupo de cristianos acababa de ser ejecutado en la arena por causa de su fe, pero Policarpo se negó a dejar Roma. Los romanos estaban ejecutando a cualquiera que se llamara cristiano, y los paganos estaban traicionando a aquellos que sabían que eran seguidores del Camino. Después de las ejecuciones recientes, la multitud de la arena había coreado por la muerte de Policarpo. Policarpo era un renombrado seguidor de Cristo y obispo de Esmirna. Se había convertido en cristiano bajo la tutela de Juan el apóstol. Recientemente, el procónsul romano lo había estado buscando durante días. Después de arrestar y torturar a uno de los sirvientes de Policarpo, finalmente se enteraron de dónde se alojaba. Los soldados entraron en la casa, pero en lugar de huir, Policarpo declaró con calma: «Hágase la voluntad de Dios». Policarpo pidió que setrajera comida para los soldados, y pidió una hora de oración. Asombrados por la valentía de Policarpo, en especial para un hombre de su edad, los endurecidos soldados romanos accedieron a su petición. Oró durante dos horas por todos los cristianos

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En contraste con la mayoría de las otras figuras apostólicas, existe poca confusión sobre el lugar de la muerte de Pablo. Siempre tuvo la pasión de predicar el evangelio en Roma, y allí murió. Pablo pasó tiempo en Roma dos veces, en ambas ocasiones a expensas del Imperio Romano. Ni sus planes de viaje ni su alojamiento eran de primera clase, pero le servían bien al apóstol. A lo largo de Hechos y sus cartas, Pablo transmite una sensación inequívoca de que su tiempo era corto y que estaba agradecido por cada momento que se le había dado. Pablo entendía la gracia de Dios, no simplemente como un gran concepto teológico, sino también como su propia razón de vivir. Apreciaba la gracia de Dios porque sabía que necesitaba mucho de ella. Sus pensamientos finales tuvieron poco que ver con arrepentimientos y mucho que ver con la satisfacción que fluye de una vida empapada en la gracia. Le escribió a Timoteo: «Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual

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Simón, hijo de Jonás, creció en Capernaum, en el extremo norte del Mar de Galilea. Criado junto con su hermano Andrés en una familia de pescadores, Simón parecía encaminado a desarrollar una carrera en esa industria. Entonces, Jesucristo vino caminando a lo largo de la orilla e invitó a Simón a seguirlo a una vida de pescar personas. Simón aceptó tanto la invitación como un nuevo nombre dado por Jesús: Pedro (de la palabra griega petros, que significa ‘un pedazo de roca’). Durante tres años, Pedro fue el compañero constante de Jesús. Nos resulta fácil imaginar a Simón Pedro, la piedra, sonriendo por la inmensa ironía del llamado de Jesús a su vida mientras Pedro escribía estas líneas: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado» (1 Pedro 2:4-6). Pedro conocía de primera mano la profundidad de esa promesa de nunca

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En los mitos griegos, el personaje Telémaco (que significa «combatiente lejano») era un niño tímido y reservado. Pero de adulto defendió el honor de quién amaba y se convirtió en un peleador y un héroe. A diferencia de su contraparte mitológica, el monje del siglo IV, Telémaco era cualquier cosa menos un peleador. O tal vez se podría argumentar que su mayor pelea fue su esfuerzo por erradicar las peleas. Telémaco, un ermitaño asceta de Oriente, era desconocido excepto por su último acto. Viajó a Roma justo a tiempo para las celebraciones de la victoria. Después de años de agresivas invasiones provenientes del continente, Roma finalmente había derrotado al rey gótico Alarico en el norte de Italia en el año 403. Como era común en aquellos tiempos, se celebraron extravagantes competencias de gladiadores como festejo de la victoria militar. El emperador Honorius, de veinte años, decretó que esta celebración en particular se llevaría a cabo en el Coliseo, el cual tenía un aforo para 50 000 personas. Este campo de batalla era llamado así por la colosal estatua de 130 pies o 39.6 metros de Nerón que estaba cerca. El emperador Nerón se hizo famoso por condenar a los cristianos a

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Perpetua valientemente sostuvo a Felícitas en sus brazos, anticipando su muerte juntas como hermanas en Cristo. Los cuernos del toro ya habían herido a Felícitas, y la multitud quería el tiro de gracia. Entonces, abrupta e inexplicablemente, el toro se detuvo. La multitud guardó silencio. Este animal no estaba siguiendo el guion. Ahora la multitud se soltó con demandas de sangre, y los gladiadores corrieron hacia adelante para terminar el trabajo. Felícitas murió rápidamente. Cuando el verdugo de Perpetua titubeó, ella misma ayudó a guiar su espada hacia su cuerpo. El Coliseo nunca antes había visto un espectáculo así. Perpetua provenía de una familia adinerada. Su padre era pagano, pero su madre y sus hermanos eran cristianos. Perpetua tenía un bebé lactante en el momento de su arresto por confesar a Cristo. Su padre la instó a renunciar a la fe, por su bien y por el de su familia. Incluso las autoridades romanas la instaron a ofrecer un simple sacrificio al poder romano. Se negó a hacerlo. No renunciaría a Cristo como Señor, alegando que el nombre que le pertenecía era el nombre de una cristiana. Felícitas era una esclava y estaba embarazada. Dado que el derecho romano prohibía

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