En contraste con la mayoría de las otras figuras apostólicas, existe poca confusión sobre el lugar de la muerte de Pablo. Siempre tuvo la pasión de predicar el evangelio en Roma, y allí murió.

Pablo pasó tiempo en Roma dos veces, en ambas ocasiones a expensas del Imperio Romano. Ni sus planes de viaje ni su alojamiento eran de primera clase, pero le servían bien al apóstol. A lo largo de Hechos y sus cartas, Pablo transmite una sensación inequívoca de que su tiempo era corto y que estaba agradecido por cada momento que se le había dado. Pablo entendía la gracia de Dios, no simplemente como un gran concepto teológico, sino también como su propia razón de vivir. Apreciaba la gracia de Dios porque sabía que necesitaba mucho de ella.

Sus pensamientos finales tuvieron poco que ver con arrepentimientos y mucho que ver con la satisfacción que fluye de una vida empapada en la gracia. Le escribió a Timoteo:

«Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Timoteo 4:6-8).

Mientras vivía, Pablo ciertamente viajó ampliamente y proclamaba el evangelio dondequiera que iba. Tal vez su declaración a los Colosenses resume mejor su corazón: «A quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí» (Colosenses 1:28-29).

Una de las mayores ironías en la vida de Pablo es que logró mucho para difundir el evangelio, incluso mientras estaba persiguiendo a la iglesia. Sus rabiosos esfuerzos para cazar a los cristianos en Jerusalén y sus alrededores dispersaron a los creyentes a los cuatro vientos, quienes plantaron las semillas del evangelio dondequiera que fueron.

En verdad,Dios usa incluso los planes y esfuerzos de los hombres malos para cumplir Su voluntad. Pero una vez que Pablo cambió de dirección después de su confrontación con Jesús en el camino a Damasco, toda la intensidad ardiente de su vida anterior la canalizó ahora en sus esfuerzos por Cristo. Produjo casi la mitad de los escritos del Nuevo Testamento con las cartas que envió a las iglesias. Estableció el estándar para la vida misionera. Fue pioneroen prácticas de evangelización. Plantó varias docenas de iglesias. Aplicó sin temor el amor y la gracia de Dios al mundo no judío, y fue perseguido por su idelidad por quienes deberían haberlo animado. Aquel que una vez persiguió a Jesucristo se convirtió en aquel que pasó el resto de sus días promoviendo a Cristo.

Afortunadamente, Pablo nos dio una idea del trato que recibió como parte integral de su trabajo como evangelista en el mundo antiguo. Si bien la siguiente lista de aspectos destacados puede hacernos estremecer por el costo pagado por el siervo de Dios, también sirve como un indicador de las experiencias en común de quienes siguieron a Jesús:arriesgaron todo por las buenas nuevas.

La salvación que tenemos la compró Jesús para nosotros en la cruz: un precio sin medida. La fe que afirmamos nos ha sido entregada por muchos dispuestos a pagar el precio de la fidelidad.

«De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias» (2 Corintios 11:24-28).

Nos perdemos una lección significativa de la vida de Pablo si hacemos del sufrimiento nuestra meta. El sufrimiento no es una medida precisa de obediencia o fidelidad. La desobediencia y la falta de fe también pueden traer sufrimiento. Cuando el sufrimiento se convierte en una meta, el orgullo es a menudo la motivación oculta. El sufrimiento es un subproducto impredecible de la obediencia y la fidelidad. Pero es solo una pequeña parte de un aspecto aún más grande e impredecible de la vidaen Cristo: ¡el gozo! El ejemplo de los grandes mártires de la fe es de una vida gozosa y despreocupada.

No disfrutaban el sufrimiento, pero tampoco huían de él. Aprendieron, al igual que Pablo, el principio del contentamiento radical:

«No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).

Pablo no dejó que nada más que el Espíritu de Dios le impidiera ir hasta lo último de la Tierra. La línea de tiempo de su vida, las historias de la tradición y las referencias en las Escrituras a lugares, tal como su deseo de ministrar en España (Romanos 15:23-24), nos permiten considerar que la variedad de sus viajes lo llevó de Arabia a las Islas Británicas.

Los seis años de silencio entre sus dos encarcelamientos en Roma dejan lugar para amplios viajes. El destino final del apóstol a este lado de la eternidad fue un sitio en la Vía Ostia justo fuera de los muros de Roma. La tradición dice que el antiguo fariseo fue decapitado más allá de las puertas. Peleó la buena batalla, terminó la carrera y guardó la fe. Él es una razón importante por la que podemos hacer lo mismo hoy.

Historias de mártires cristianos: Pablo
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