VIMOS CUANDO LA IGLESIA PASÓ A LA CLANDESTINIDAD

Después de alejarse de Cristo en los primeros días del régimen comunista de Kim Il Sung, una mujer norcoreana fue conducida de nuevo a la fe por un solo versículo de la Biblia.

Rhee Soon-ja tiene recuerdos vívidos de su padre leyéndole la Biblia a ella y a sus seis hermanos cuando eran niños. Recuerda que los versículos estaban impresos verticalmente, en lugar de horizontalmente. Y aunque ahora tiene 82 años, todavía puede recordar la frase «Cristo es el Señor de esta casa» colgando de una pared de su casa.

«Mis padres oraron para que Dios me usara como su sierva —dijo, evocando otro recuerdo de la infancia—. Crecí soñando con convertirme en evangelista».

Eran los días antes de que Corea se dividiera en Norte y Sur, comunista y libre. Eran los días cuando la fe cristiana florecía en Corea del Norte.

«Había muchos cristianos —compartió Soon-ja desde su sala de estar en Corea del Sur—. Yo asistía a la Iglesia metodista. Todas las congregaciones se reunían todos los domingos».

Cuando Soon-ja era una niña, su familia fue una de las primeras en experimentar persecución bajo el Gobierno de Kim Il Sung, primer líder de Corea del Norte. Hoy, el cristianismo es ilegal allá, y los que eligen seguir a Jesús son enviados a un campo de concentración, donde los hacen pasar hambre, son torturados y, a menudo, asesinados. Soon-ja ha experimentado una vida de dolor, pero cuando reflexiona en su vida, ve la mano de Dios en todo.

LLEGA LA PERSECUCIÓN

Soon-ja nació en 1937; la quinta de siete hijos. Su padre, un minero, era conocido por su fe cristiana, lo suficientemente bien como para que muchas personas, incluidos sus familiares, lo criticaran por ello. Pensaban que era demasiado audaz para compartir el evangelio. Pero habiendo leído las Escrituras, sabía que la persecución era simplemente parte de seguir a Jesús.

«Nos enseñó que cuanto más somos perseguidos, más necesitamos confiar en el Señor», recordó Soon-ja.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Corea fue liberada del colonialismo japonés y dividida en dos países, el brutal Partido Comunista en el norte obligó a la mayoría de los pastores a huir al sur. Kim Il Sung se convirtió en el primer ministro de Corea del Norte en 1948, el año en que Corea del Norte y Corea del Sur obtuvieron la independencia formal como naciones soberanas.

North Korean outdoor labor camp view from above
Esta fotografía de archivo VOM de principios de la década de 2000 muestra lo que parece ser un campo de ejecución norcoreano cerca del río Tumen.

«A medida que los comunistas se hacían más poderosos, incluso mi padre se sentía incómodo —dijo Soon-ja—. Les pidió a tres de mis hermanos que se mudaran a Corea del Sur para ganarse la vida. Pero mi padre no se fue de Corea del Norte. Cuando nuestro pastor se fue, nuestro padre tomó su lugar y se quedó con la iglesia».

Los comunistas comenzaron a ocupar los edificios de la Iglesia a medida que Corea del Norte se convertía gradualmente en un Estado ateo. «Muchas iglesias fueron destruidas y tuvimos que comenzar a adorar en nuestras propias casas», dijo Soon-ja.

Alrededor de ese tiempo, Soon-ja tuvo que presentar un examen de ingreso y realizar una entrevista para inscribirse al bachillerato. Pero cuando los administradores vieron que ella había declarado su religión como «cristiana», negaron su solicitud, y su padre tuvo que encontrar otra escuela para que ella asistiera.

Estas formas sutiles de persecución se convirtieron rápidamente en la norma, y la vida se volvió cada vez más difícil para la familia de Soon-ja. El gobierno ya estaba promoviendo la idea de que la religión es una droga utilizada para controlar a las personas y ordenaba que todos los norcoreanos siguieran la religión oficial del Estado, Juche, en la que se venera a Kim Il Sung.

«Mi padre solía decir: “No importa cuánta persecución pueda haber, debemos perseverar; tenemos que soportar la persecución incluso cuando no tengamos nada que comer”», recordó.

La familia de Soon-ja se tomaba el tiempo para adorar a Dios en su casa, independientemente de los obstáculos presentados por el Gobierno comunista ateo. Sin embargo, sabían que podrían ser ejecutados si alguna vez eran atrapados.

PERDIENDO LA ESPERANZA

A mediados de los sesenta, el hermano de Soon-ja organizó una reunión de oración en su casa. Reconociendo que muchas personas adoraban a Kim Il Sung como un ídolo falso, quemó un retrato del líder norcoreano después de su tiempo de oración.

Una persona presente en la reunión de oración denunció el acto a las autoridades, y el hermano de Soon-ja fue arrestado rápidamente y condenado a veinte años de prisión. Además, la familia de Soon-ja fue separada y obligada a abandonar Pyongyang, y sus padres tuvieron que trabajar en las minas durante varios meses.

El hermano de Soon-ja pensaba que colgar un retrato de Kim Il Sung en su casa (como todos los norcoreanos están obligados a hacer) era idólatra, por lo cual, lo quemó

Soon-ja tenía 28 años en ese momento y había estado casada durante tres años. Ella y su esposo, cuyos parientes eran funcionarios comunistas de alto rango, tenían dos hijos pequeños. Dado que los cristianos eran considerados enemigos del Estado, el Gobierno le ordenó a su esposo que se divorciara de ella, dándole la custodia exclusiva de sus hijos de 3 años y de 8 meses.

«Mi esposo me pidió que me fuera de la casa —dijo entre lágrimas—. Nuestro hijo de 3 años estaba abrazado de mi pierna y me pidió que no me fuera a ninguna parte. En ese momento mi esposo me echó y empezó a golpear a los niños. Me seguían preguntando: “¿Cuándo vas a regresar?”. Para consolarlos, les dije: “Volveré después de unos días”. Esa fue la última vez que los vi».

Después de perder a su esposo, a sus hijos y su hogar debido a su fe cristiana, Soon-ja perdió toda esperanza y comenzó a vacilar en su fe. «Recuerdo haber estado de pie en la orilla del río pensando en suicidarme —dijo—, pero las palabras de mi padre me impidieron hacerlo. Él nos había dicho que nuestras vidas no son nuestras sino de Dios. No podía morirme».

Después de que sus padres fueron liberados de su trabajo en las minas, Soon-ja se mudó con ellos. Su madre pudo visitar a su hermano en la cárcel, pero lo que vio fue desalentador. En la primera visita, le quedó claro que estaba desnutrido y que había sido golpeado severamente. En la segunda visita, los guardias le dijeron que no estaba disponible. Y más tarde, la familia se enteró de que había muerto.

«Creemos que mi hermano fue ejecutado como ejemplo para otros cristianos porque el Gobierno odia la religión —dijo Soon-ja—. En el momento que supe que mi hermano había muerto en prisión, sentí que no había Dios. Perdí mi esperanza y visión como evangelista».

UNA NUEVA FAMILIA

A principios de los setenta, el padre de Soon-ja le habló de un viudo norcoreano que podría ser un buen marido para ella. El hombre, que también tenía la ciudadanía china, tenía ocho hijos, y el padre de Soon-ja pensó que Soon-ja sería una buena madre para ellos. Le preocupaba que sin un marido ella no tendría futuro. La madre de Soon-ja se opuso a la idea porque el hombre no era cristiano, pero eso no era un obstáculo para Soon-ja, cuya fe se había desvanecido hacía mucho tiempo. Aunque inicialmente se negó a considerarlo, finalmente decidió casarse con el hombre.

«No fue fácil criar a los hijos de otra mujer cuando has tenido que dejar atrás a tus propios hijos —dijo Soon-ja—. Sin embargo, comencé a encariñarme con los niños».

Con el tiempo, Soon-ja y su segundo esposo tuvieron dos hijos más, dándole a Soon-ja diez hijos que criar. Si bien su esposo y sus hijos tenían la ciudadanía china, Soon-ja nunca pudo obtenerla a pesar del arduo trabajo de su esposo para sacarlos de Corea del Norte.

A finales de 1994, obtuvo una visa de tres meses que le permitía acompañar a su familia en un viaje para visitar a los familiares de su marido en China. Un día, mientras caminaba por una ciudad china con su familia, escuchó a alguien recitar Juan 3:16, un versículo que recordaba haber leído en su juventud. Cuando se dio la vuelta para ver quién era, no había nadie allí. Le preguntó a su marido si había oído algo, pero él no había oído nada.

«Dejé de orar después de que perdí a mi hermano —dijo—. Dejé de adorar. Nunca pensaba en Dios, pero en ese momento me sorprendieron las palabras en mi cabeza. En ese momento, dije: “Tengo que ir a la iglesia”».

Soon-ja pronto comenzó un intenso estudio de la Biblia con un pastor que conoció en China, pero su esposo nunca se unió a ellos. Mientras estudiaban la Palabra de Dios, el pastor alentó a Soon-ja a huir de Corea del Norte con su familia y vivir en China. Incluso fijaron una fecha para que ella huyera.

Cuando la visa de Soon-ja expiró, dejó a su familia en China y regresó a Corea del Norte. Pero a medida que se acercaba la fecha para que ella huyera, no pudo reunir el coraje para hacer el peligroso viaje por su cuenta. Sin embargo, permaneció en contacto con el pastor que la había alentado a abandonar Corea del Norte.

Dos años más tarde, a los 60 años, Soon-ja decidió que estaba lista para escapar. En una calurosa noche de verano de julio de 1997, le dijo a unos vecinos que se iba a bañar en el río Yalu, que forma parte de la frontera que separa Corea del Norte de China.

«No sentía miedo —dijo—. Ya tenía mucha experiencia en el sufrimiento. No era nada para mí».

UN LLAMADO CUMPLIDO

Mientras se adentraba en el río Yalu, Soon-ja sintió que la policía secreta la estaba observando. Su corazón se aceleró mientras avanzaba con dificultad silenciosamente a través del agua fría, que gradualmente se elevó hasta el nivel de su pecho.

Después de salir del río por el lado chino, aparentemente no detectada por los guardias fronterizos norcoreanos, se encontró con el pastor y se reunió con su familia. Por sugerencia del pastor, la familia pronto se mudó a un pequeño pueblo chino, donde vivieron durante tres años. Durante ese tiempo, Soon-ja continuó creciendo en fe; su esposo, quien nunca se convirtió en seguidor de Jesús, finalmente pudo comprarle la ciudadanía china por $1000.

Los dos hijos menores de Soon-ja, que entonces tenían poco más de 20 años, decidieron mudarse a Corea del Sur, y en 2001 ella y su esposo se mudaron allá para estar cerca de ellos. Sin embargo, a su esposo se le permitió quedarse solo tres años antes de regresar a China, donde murió en 2011 de una enfermedad.

«Tuve que empezar a trabajar como empleada doméstica de inmediato para sobrevivir —dijo Soon-ja—. Afortunadamente, conocí a un buen hombre que era diácono en una iglesia y me dio trabajo en su casa».

Hoy, Soon-ja sigue viviendo en Corea del Sur con su hijo y su nieta. Se graduó de un programa de discipulado patrocinado por VOM y participó en viajes misioneros, incluido uno a China. Durante los viajes, se reúne con otras mujeres norcoreanas y les cuenta cómo volvió a dedicar su vida a Jesús.

«Lloré mucho cuando conocí a mujeres norcoreanas en China que eran víctimas de trata —dijo—. Les compartí mi testimonio. Ellas tenían entre 30 y 40 años. Para ellas yo era como una madre. Simplemente las abracé, y ellas solo me tomaron de la mano y comenzaron a llorar. Realmente sentí dolor cuando las vi».

Soon-ja no está segura de si intentaría visitar a sus dos hijos mayores en caso de que la frontera con Corea del Norte se abriera durante su vida; cree que sería demasiado doloroso. Ella continúa orando por sus almas, pero sabe que están viviendo una vida cómoda en Corea del Norte debido a la clase social de su primer esposo. «Mi corazón está lleno de amor maternal hacia ellos, pero no me preocupo por ellos», dijo llorando.

Al reflexionar en su vida, dijo que su mayor remordimiento es no haber escuchado los deseos de su padre cuando ella era joven.

«Si puedo encontrarme con mis padres [en el cielo], quiero disculparme con mi padre porque no pude vivir como una buena cristiana cuando estaba en Corea del Norte —dijo—. Mi padre seguía pidiéndome que fuera evangelista, pero no le hice caso».

Sin embargo, sus remordimientos se están desvaneciendo lentamente a la luz de una fe cada vez mayor que su padre una vez oró que tuviera. «Dios me está usando a mí y a mi visión, y ahora estoy viviendo como evangelista —dijo—. Creo que tal vez la oración de mis padres está siendo respondida»

Cristiana norcoreana recuerda la vida antes del comunismo
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