El pequeño número de niños de la aldea de Santana Ramos en Colombia disfrutaba al ir a la escuela y aprender de su maestra, Dora Lilia Saavedra. Oraba con ellos cada día y les hablaba de Jesús mientras aprendían. A veces también viajaba durante horas a pueblos más lejanos donde no había maestros para ayudar a los niños que vivían allí. Era una profesora bondadosa y cariñosa. Pero un día de noviembre la jornada escolar ordinaria de los niños se vio interrumpida cuando dos mujeres armadas, vestidas con botas y trajes militares, entraron a la escuela de una sola habitación y les dijeron que se fueran.

«Hoy no habrá más escuela. Vayan a casa y vuelvan mañana», dijeron bruscamente. Los niños recogieron rápidamente sus pertenencias y salieron de la escuela, preguntándose qué iba a pasar.

Dora Lilia y su marido, Ferley Saavedra, quien también daba clases en la escuela, sabían lo que iba a pasar, y estaban preparados. Los hombres que habían venido por ellos eran guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un movimiento marxista caracterizado por la amenaza, la fuerza y la violencia. Durante décadas han aterrorizado a los colombianos, y atacan especialmente a los cristianos. «Los cristianos son peligrosos —dicen—. Los cristianos no mienten. Si el ejército les pregunta por nosotros, dirán la verdad». Tampoco les gusta que los cristianos se opongan a la violencia, que es el principal modo de vida de la guerrilla. Reclutan miembros a una edad temprana, ya que la esperanza de vida de un guerrillero es corta, y no quieren que nada ni nadie se interponga en su camino o debilite su causa. Los Saavedra se interpusieron en su camino al enseñar a los niños, ya que, si los niños conocían el amor de Jesús y se convertían en cristianos, no se unirían a la causa de la guerrilla.

Dora Lilia conocía los riesgos cuando regresó a Santana Ramos para enseñar. Santana Ramos, una aldea rural pobre marcada por la violencia entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano, era el hogar de Dora Lilia, quien esperaba, a través de su amor por la enseñanza, llevar allí la luz de Jesús. Esto es exactamente lo que ella y su marido hicieron, y también fue la razón por la que sus vidas fueron amenazadas. Pero incluso cuando Dora Lilia fue advertida por un vecino de que ella y su marido serían asesinados al día siguiente, lo más alejado de su mente fue tomar a su familia y huir del pueblo, aunque le aconsejaron que lo hiciera.

En lugar de pánico, la invadió el alivio ante las palabras del vecino. Antes, este hombre había venido a decirle a Dora Lilia que su hermano iba a ser asesinado. Ahora el vecino estaba corrigiendo su afirmación. —He cometido un error —dijo—. No es tu hermano el que será asesinado mañana… sino tú y tu marido. —Esto es mejor —le dijo Dora Lilia—. Mi hermano no estaba preparado para encontrarse con el Señor. Pero mi marido y yo sí.

Se negó a dejar que el miedo la apartara de su trabajo, y en su lugar se acercó a su familia y al Señor para obtener paz y sentirse lista. Esa tarde, la pareja dirigió a sus hijos en el devocional familiar. Oraron y leyeron la Biblia juntos. «Quizá mañana mamá se vaya a dormir mucho tiempo», le dijo Dora Lilia a su hija mayor.

Después de que los niños se acostaran, la pareja pasó gran parte de la noche orando y ayunando, lo que les hizo recordar el tiempo de oración de Jesús con su Padre en el huerto de Getsemaní cuando oró: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). Cuando llegó la mañana los Saavedra se dirigieron a la escuela como de costumbre sabiendo que sus vidas y las de sus hijos estaban en manos del Señor.

Después de que entraron los soldados y sacaron a los estudiantes, los guerrilleros le dijeron a la pareja que se despidiera de sus propios hijos. De repente, entraron más guerrilleros, con sus grandes botas pisando fuertemente el suelo de madera. Uno de ellos señaló a la hija mayor, Marcella. —¡La mataremos primero! —gritó.

—No, por favor —suplicó Dora Lilia, y se puso delante del hombre para proteger a su hija—. Es a mí a quien quieres. Llévame a mí. Déjala aquí y llévame ahora.

Los niños que lloraban fueron dejados atrás mientras Dora Lilia y Ferley fueron sacados de la escuela y conducidos a través de un campo hasta un río a unos trescientos metros de distancia. Los guerrilleros le ordenaron a la pareja que se tumbara boca abajo en el suelo, donde los mataron a tiros.

Los Saavedra vivían diariamente el amor de Cristo. Tan influyentes fueron sus vidas que, apenas unos meses después de su muerte, Marcella, de doce años, fue capaz de decir: «Si llegara a conocer a los hombres que hicieron esto, los perdonaría. Sé que hacerlo sería difícil, pero sé que Dios los perdona. Así que yo también tengo que hacerlo». A través del ejemplo de sus padres esta niña había aprendido el amor y el perdón en lugar del odio y la amargura. Es seguro que muchos otros niños han aprendido también esa lección y seguirán compartiéndola porque dos maestros estuvieron dispuestos a arriesgar sus vidas para llevar el amor y la verdad de Cristo a donde era más necesario.

«Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración […] Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis» Romanos 12:12 y 14

Historias de mártires cristianos: Dora Lilia y Ferley Saavedra
Categorías: Historia