Betty Stam sostenía a la bebé en sus brazos mientras le cantaba con suavidad, demasiado consciente de que esta era su última noche juntas. Su marido, John, atado a un poste de la cama, tampoco podía dormir. Hacía solo dos semanas que habían llegado a su puesto de misión con Helen Priscilla de tres meses llenos de esperanza y ansiosos por el ministerio. Pero en esta noche de invierno sus canciones de cuna silenciosas eran lamentos de despedida porque al día siguiente morirían.

Betty Scott, hija de misioneros presbiterianos en China, se graduó del Instituto Bíblico Moody en 1931. Ya había aceptado el llamado de Dios al servicio de la Misión al Interior de China. El vínculo que sentía con John Stam, a quien había conocido en una reunión de oración por China, y su decisión mutua de servir a Cristo en medio de una peligrosa guerra civil no podría —no pudo— detenerla. Cuando fue asignada a una estación misionera en el interior, partió para China. Escribió: «Cuando nos consagramos a Dios pensamos que estamos haciendo un gran sacrificio y que estamos haciendo mucho por Él cuando en realidad solo estamos soltando algunas baratijas a las que nos habíamos aferrado; y cuando nuestras manos están vacías, Él las llena con Sus tesoros».

Stam, por su parte, terminó su formación en Moody en 1932. Ese año pronunció el discurso de graduación en el que instó: «¿Nos atrevemos a avanzar bajo las órdenes de Dios ante lo imposible?». En otoño se embarcó hacia Shanghái, y esperaba una misión demasiado peligrosa para una familia. Al llegar descubrió que los comunistas estaban ganando terreno, los misioneros estaban en movilización, y su amada Betty, para su gran sorpresa, estaba en Shanghái recuperándose de una enfermedad. Pronto se casaron y en septiembre de 1934 nació su hija Helen Priscilla. La joven familia se trasladó a la provincia de Anhui, cerca de la ciudad de Ching-te. El líder local les garantizó su seguridad.

Fue una sorpresa para todos cuando el juez de la ciudad apareció en la puerta de los misioneros solo tres meses después para advertirles que se aproximaban las tropas comunistas, pero ya era demasiado tarde. Antes de que la familia Stam pudiera salir, las tropas entraron. John fue el primero en ser capturado y fue atado mientras oraba por la seguridad de su esposa e hijo. Pronto, las tropas volvieron por ellos. Esa noche en la cárcel, la bebé lloró. Cuando los guardias amenazaron con matarla, un anciano chino, también preso, intervino. Los guardias le preguntaron si era tan audaz como para morir por el bebé extranjero; él asintió. El hombre fue asesinado a machetazos en el acto.

Esa noche se le ordenó a Stam que les escribiera a los líderes de la misión para exigirles un rescate de $20 000 dólares. Concluyó la nota plenamente consciente de que los rescates nunca se pagaban con: «El Señor los bendiga y los guíe. En cuanto a nosotros, sea glorificado Cristo o por vida o por muerte».

Al día siguiente, los soldados condujeron a los Stam a la cercana ciudad de Miaosheo donde los llevaron a la oficina del jefe de correos local, quien les preguntó a dónde iban. Para entonces, Stam de seguro conocía las intenciones de los soldados, pues respondió: «No sé ellos a dónde van, pero nosotros vamos al cielo».

A la mañana siguiente, los Stam fueron conducidos a su ejecución. Un médico cristiano local se acercó a los soldados para pedir clemencia por los misioneros. Lo amenazaron y entonces John intercedió por el médico. El líder comunista ya había escuchado suficiente. Le ordenó a John que se arrodillara, y con el destello de una espada decapitó al joven misionero. Betty cayó sobre el cuerpo de su marido, y la espada volvió a caer.

¿Qué pasó entonces con la bebé Helen? Un evangelista chino, el Dr. Lo, la encontró envuelta en un saco de dormir, con una muda de ropa y dinero sujetado con un alfiler en el pañal. Betty, durante la última noche de insomnio, había hecho todo lo posible por consolar y cuidar a la niña que sabía que dejaba atrás. El Dr. Lo escondió a la niña en una cesta de arroz y acabó llevando a Helen con sus abuelos, quienes seguían sirviendo en China. Helen se convirtió en profesora y formó una familia en el este de Estados Unidos. Eligió una vida privada: sin entrevistas ni declaraciones públicas.

¿Qué pasó con la iglesia en China? En respuesta a la noticia de la muerte de los Stam, varios cientos de nuevos misioneros se ofrecieron como voluntarios para el servicio. La iglesia china pasó a la clandestinidad durante muchos años. Hoy está emergiendo más fuerte de lo que nadie esperaba; más fuerte que las fuerzas de Mao, cuyos días ya han pasado.

Historias de mártires cristianos: John y Betty Stam
Categorías: Historia