Muchos cristianos tienen miedo. Tienen miedo al ver a la cultura y a la sociedad estadounidenses alejarse continuamente de las enseñanzas bíblicas y los valores cristianos que aprecian profundamente. Temen que la persecución que nuestros hermanos y hermanas enfrentan en naciones como China, Nigeria, Corea del Norte y Libia pronto pueda ser mucho más que algo sobre lo que leemos. Quizá sea el camino que nosotros —los cristianos de la «tierra de los libres»— estemos llamados a recorrer.

El problema con esta actitud es que la Biblia nos dice que no temamos.

Cuando las autoridades comunistas de Rumania forzaron al fundador de VOM, Richard Wurmbrand, a subir a una furgoneta mientras iba caminando a la iglesia el 29 de febrero de 1948, tenía buenas razones para tener miedo. Así es como recuerda sus pensamientos esa mañana en su libro In God’s Underground [En la clandestinidad de Dios]:

Sabía que me enfrentaría a interrogatorios, malos tratos, posiblemente años de encarcelamiento y muerte, y me preguntaba si mi fe era lo suficientemente fuerte. Recordé entonces que en la Biblia está escrito 366 veces —una vez por cada día del año— «¡No temas!». Son 366 veces, no solo 365, para tomar en cuenta el año bisiesto. Y era 29 de febrero; ¡una coincidencia que me decía que no tenía que temer!

El pastor Wurmbrand aprendió esta sorprendente información en un libro de sermones mientras servía como pastor en Rumania. El imperativo más común entre las palabras de Jesucristo en los Evangelios es alguna variación de las palabras «no temas». Pablo le recordó a su protegido: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7).

Es fácil citar estos versículos. Pero en las horas más oscuras de la noche, puede ser difícil calmar nuestro corazón y confiar plenamente en el plan de Dios para nosotros, para nuestros hijos, para nuestros nietos y para nuestra nación. Muchos de nuestros hermanos perseguidos en todo el mundo han obtenido una confianza más profunda en Cristo a través de la persecución repetida, a veces diaria. En lugar de mirar nuestro futuro con ansiedad y miedo, podemos aprender de ellos cómo descansar mejor en las promesas de nuestro Dios soberano.

«TE DIRÉ LO QUE DEBES DECIR»

«Hussein», un cristiano Iraní que se convirtió del islam, entregó su vida al ministerio en las iglesias caseras de Irán poco después de que Dios lo salvó de una vida de drogas y crimen.

Su ministerio había ido bien, hasta que una noche la policía secreta hizo una redada en un apartamento donde estaba dirigiendo una reunión cristiana. Todos fueron grabados en video, el apartamento fue registrado y Hussein y otros tres líderes fueron arrestados.

Después de separar a los líderes, los policías le vendaron los ojos a Hussein y lo trasladaron a un lugar desconocido, donde fue conducido a una celda solitaria. Mantuvieron un foco brillante encendido en su celda las 24 horas del día, lo que le dificultaba dormir.

Los pensamientos de Hussein eran un revoltijo de confusión y miedo. Se preguntó qué debía decirles y si los otros creyentes les dirían algo distinto. Sabía que había Biblias escondidas en el apartamento donde se habían reunido, pero no sabía si la policía las había encontrado. La mente de Hussein corría de un miedo a otro.

Y entonces Hussein comenzó a orar, y la presencia de Dios llenó su celda solitaria.

«Esta fue la mejor experiencia de mi vida, con Jesús a mi lado incluso diciéndome cómo orar y qué decir—dijo Hussein—. Estaba en la presencia de Jesús, y estaba orando con más valentía con la confianza de que Jesús me había llevado allí con un propósito:

para oír a Dios, así como oyes el agua o cualquier otra cosa, yo oí a Dios. Sentí como si Jesús hubiera dejado todo a un lado, el mundo entero a un lado, para venir a mi lado y susurrarme en el oído. Jesús me dijo: “No hay necesidad de que digas nada porque yo te diré lo que debes decir. ¿Por qué tienes miedo?”».

Después de 10 días en aislamiento, Hussein fue acusado de apostasía y asignado al corredor de la muerte. Pensando que debía ser un error, uno de los guardias de la prisión hizo una llamada telefónica para asegurarse de que Hussein debía estar en el corredor de la muerte. «¿Por qué enviaron a este tipo aquí? —preguntó el guardia—. Van a matar a este tipo». Pero al guardia le dijeron que no había error. «Esta es una solicitud especial para el corredor de la muerte», le dijeron.

En la primera noche de Hussein en prisión, uno de los líderes de la pandilla le ordenó que se reuniera con él en el baño a medianoche. «Hasta las 12 de esa noche no podía dormir porque no sabía lo que iba a pasar», dijo.

Pero incluso en el corredor de la muerte Dios fue más fuerte que el miedo de Hussein. De alguna manera, los líderes de la pandilla habían oído que Hussein tenía contactos fuera de Irán. Querían que corriera la voz sobre las terribles condiciones de la prisión. Aunque Hussein realmente no conocía a muchas personas fuera del país —y ciertamente no a personas en posición de cuestionar las condiciones de las prisiones de Irán— les dijo que haría todo lo que pudiera.

Esa noche Hussein fue aceptado en el círculo íntimo de la pandilla. En una prisión sobrepoblada donde algunos prisioneros habían dormido en el suelo durante años, Hussein pasó su primera noche en una litera superior: un lugar de estatus. También se le dio la responsabilidad de distribuir agua a los prisioneros, por lo cual todos lo trataban bien para asegurarse de recibir su ración diaria.

Un par de días después, Hussein recibió el papeleo necesario para ser trasladado a una parte «más segura» de la prisión. Sin embargo, Hussein decidió permanecer en el corredor de la muerte. Su temor había sido vencido por la provisión de Dios. El corredor de la muerte, si allí era donde Dios lo quería, era el lugar más seguro para él.

«NO PUEDO MANEJAR UNA CELDA»

El pastor de un país islámico de Medio Oriente recientemente compartió la historia de una de las miembros de su iglesia, «Shani», quien estaba llena de temor.

El marido de Shani era el líder de una iglesia casera… hasta que un día simplemente desapareció. Durante tres meses, Shani no tuvo idea de dónde estaba. Las autoridades que lo habían detenido no habían presentado cargos contra él y no se le permitía ver a un abogado ni a su familia. De hecho, las autoridades ni siquiera reconocieron que lo tenían recluido.

Shani se quedó sola, preocupada por su marido y por sí misma. Sabía que su marido era fuerte y que su fe perduraría incluso si lo torturaban. Él nunca daría los nombres de otros cristianos o detalles sobre su obra secreta en el evangelio.

Pero Shani tenía miedo de no ser tan fuerte.

«Querido Dios —oró Shani una noche—, por favor, no permitas que me encuentren. No puedo soportar la tortura. No puedo manejar una celda. Dijiste que no nos darías más de lo que pudiéramos soportar, así que, por favor, por favor, haz que no vengan y me arresten. No soy fuerte como mi marido. No puedo soportar la tortura. Si me torturan, probablemente daría los nombres de cada cristiano. Incluso podría negar mi fe por completo».

Hizo esa oración, y luego se fue a dormir.

Shani fue despertada a las 6 a.m. de la mañana siguiente por alguien que estaba llamando fuertemente a su puerta. Cuando miró por la ventana, vio dos coches de policía frente a su casa. La vieron mirando por la ventana y le gritaron: «¿Vas a bajar o quieres que subamos a buscarte?».

«Esperen —gritó ella—. Bajaré». Pero mientras Shani se preparaba para abrirle la puerta a la policía, estaba luchando con Dios.

«¡Dios! Te dije que no puedo manejar el arresto y la tortura —oró—. Y ¿sucede esto? Lo que pase ahora, Dios, es tu culpa».

La policía llevó a Shani a la cárcel local, la cual estaba sucia y olía como una alcantarilla. Había crecido en una familia rica y nunca había estado en un lugar como este. «¿Tengo que dormir allí?», exclamó.

En medio de la noche, los guardias la sacaron de su celda y la llevaron a una sala de interrogatorios. El interrogador al otro lado de la mesa se veía muy enojado.

«¿Por qué evangelizas? —la increpó—. ¿Por qué les hablas de Jesús a los musulmanes? ¿Qué quieren de esta gente tú y tu marido? ¿No saben que aquí eso es ilegal? No tienen permitido evangelizar».

En lo único que podía pensar decir era: «Querido Dios… Señor». Entonces, de repente, sintió la presencia y la paz de Dios.

Shani miró al interrogador. «¿Sabes qué? —dijo—. Yo tengo derecho a evangelizar. Y estoy feliz de estar evangelizando. Se supone que debemos evangelizar. Este es un mandamiento de Jesucristo. Todos necesitan escuchar estas Buenas Nuevas. Ustedes también necesitan escuchar estas Buenas Nuevas. Dios me envío aquí a hablarles de Jesús. Tú eres pobre. Siento lástima por ti. No tienes paz, no tienes gozo, no tienes esperanza. Ni siquiera sabes por qué estás vivo. El único camino a la verdad es Jesucristo. Tú eres un interrogador, pero un día vas a comparecer delante del máximo juez, Jesucristo, y Él te va a interrogar. Sin Él, no hay esperanza para ti. Jesús te va a preguntar: “¿Por qué les hiciste esto a mis siervos?”».

El interrogador quedó pasmado por sus valientes palabras. «Muy bien… ya veo —respondió—. Ya sé exactamente quién eres ahora. Ahora tu castigo acaba de aumentar. Realmente lo vas a recibir ahora. Vuelve a tu celda, y me ocuparé de ti mañana».

Mientras Shani era escoltada de regreso a su sucia celda, oró: «Oh, Señor, ¿qué hice? ¿Cómo pude ser tan tonta? ¿Por qué dije todas esas cosas siquiera?».

Después de pensarlo más, decidió disculparse con el interrogador y retractarse de todo. Decidió que diría lo que él quisiera que dijera.

La noche siguiente, los guardias la sacaron de su celda y la llevaron a la sala de interrogatorios. A pesar de su plan, sintió de nuevo la guía del Espíritu Santo y le comenzó a compartir el evangelio a su interrogador.

La tercera noche, sucedió de nuevo. Cada noche, Shani entraba en la sala de interrogatorios con la intención de disculparse con el interrogador, y cada noche proclamaba el evangelio con valentía.

Después del tercer interrogatorio, Shani regresó a su celda con la esperanza de darle un descanso a su mente y quedarse dormida a pesar del hedor. No había dormido desde su arresto y estaba agotada.

En medio de la noche, sin embargo, oyó que llamaban a la puerta de su celda. Para su sorpresa, no era un guardia, era el interrogador. «Déjame entrar», dijo.

Shani estaba aterrorizada. ¿Venía a golpearla o incluso a matarla por su falta de respeto hacia él?

«No te preocupes —le dijo el interrogador con calma—. No te haré daño. Quiero pedirte un favor. ¿Orarías por mí esta noche?».

El interrogador entró a la celda de Shani con lágrimas en los ojos.

«¿Sabías que eres un ángel de Dios? —le preguntó—. ¿Sabías que Dios te envió aquí en este momento particular de mi vida? Los últimos tres días he estado pasando por un infierno. ¿Cómo sabías que mi vida está tan desquiciada, tan hecha pedazos? Probé todo en mi religión, y al parecer nunca pude ser feliz. Hoy descubrí que el único Salvador es Jesucristo. Cuando hablaste en la sala de interrogatorios, en realidad no eras tú. Me vi en la presencia de Dios. Por favor, ayúdame a ser salvo».

El interrogador permaneció en la celda de Shani durante tres horas y, antes de irse, depositó su confianza en Cristo. Luego, ordenó la liberación tanto de Shani como de su esposo (con la condición secreta de que aceptaran reunirse en privado para discipularlo) e incluso les dio consejos sobre cómo podrían evangelizar de manera más segura.

«¡ERES INVENCIBLE!»

Tal vez hayas hecho oraciones como la de Shani: Señor, no puedo manejar el cáncer. Señor, no puedo trabajar para este jefe difícil un día más. Señor, no puedo con un adolescente rebelde. Señor, no puedo soportar la traición de mi cónyuge infiel o la posibilidad de criar a mis hijos solo.

Shani le dijo a Dios que no podía manejar el arresto, que probablemente daría los nombres de todos los cristianos que conocía si la torturaban, y que incluso podría negar su fe.

Y, sin embargo, tres veces esta mujer aparentemente tímida y temerosa compartió con valentía el evangelio con su interrogador y todos los demás en la habitación. Una mujer asustada que pensó que podría negar su fe terminó guiando a un enemigo del evangelio a una relación salvadora con Jesucristo.

El interrogador tenía razón cuando dijo: «En realidad no eras tú». Supo instintivamente que Dios había hecho la obra a través de Shani.

No se trata de Shani o de mí o de ti. No se trata de nuestra capacidad para soportar el dolor, nuestra voluntad de sufrir por el nombre de Cristo o nuestra valentía personal. Se trata del poder de Dios actuando en nosotros y a través de nosotros. Se trata de Su Espíritu Santo que nos da las palabras que debemos decir o la capacidad de perdonar o la oportunidad de decirle a alguien lo que Jesús ha hecho por nosotros.

Hace varios años, el pastor Wally Magdangal, un cristiano filipino que vivía y trabajaba en Arabia Saudita, visitó nuestras oficinas de VOM. Había sido arrestado por su ministerio cristiano en Arabia Saudita y condenado a muerte. Pero Dios intervino milagrosamente, y el pastor Wally todavía está vivo y sirviendo al Señor hoy.

Al compartir su historia, el pastor Wally dijo algo profundo: «¡Hasta que Dios no termine contigo, eres invencible!».

Hasta que Dios no diga que tu tiempo en la tierra ha terminado (y Él es el único que puede hacer esa determinación), no puedes ser detenido. No tenemos que vivir con miedo a la persecución, a los extremistas musulmanes, a los diagnósticos médicos, a las decisiones de la Suprema Corte de Justicia o a cualquier política apoyada por quien esté sentado en la Oficina Oval. No se trata de nosotros de todos modos; se trata de Dios y de Su poder en nosotros. Nuestros hermanos perseguidos en Cristo son prueba viviente del poder de Dios obrando en y a través de aquellos que claman a Él.

Gracias al poder de Dios en nosotros, no debemos tener miedo. No temas.

Cristianos perseguidos saben que Dios es mayor que todos sus miedos
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