Aun paralizado por una herida de bala, un pastor iraquí, sin inmutarse, proclama el Evangelio. La propuesta de matrimonio de Haytham a su esposa, Mary, fue la última y la menos romántica de las tres que recibió. “Creo que te amo —comenzó—, y quiero que seas mi esposa, pero también quiero contarte el plan para mi vida”. Entonces le explicó el llamado de Dios en su vida: su deseo de dejar su trabajo ministerial en el Líbano y regresar a su tierra natal iraquí para predicar el Evangelio. “Lo más probable es que tenga una vida más difícil que la persona promedio”, advirtió. Haytham estaba listo para ser rechazado. Sabía que vivir como obrero cristiano en un país devastado por la guerra y predominantemente musulmán no era la vocación de todos los cristianos. Sin embargo, su devoción a ese llamado era justo lo que Mary quería en un esposo. “Señor, quiero que envíes a alguien dedicado a ti – había orado -, y con él quiero casarme”. Ella reconoció a Haytham como la respuesta a esa oración. Un año después de casarse, en 1999, la pareja se mudó a una zona del Líbano densamente poblada por refugiados iraquíes y estableció
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