Después de ser encarcelado y golpeado a causa de su fiel testimonio, un evangelista trabaja para proclamar el reino de Dios en el sudeste asiático, sabiendo que podría enfrentar más persecución en cualquier momento. El primer arresto de Ly A Pao se produjo justo un año después de que pusiera su fe en Cristo. Ya había guiado a Cristo a ocho de las 108 familias de su aldea hmong, y regularmente organizaba reuniones de adoración en su casa en el sudeste asiático. Durante los cinco meses que estuvo en prisión, los guardias lo golpeaban repetidamente hasta dejarlo inconsciente. Y una vez, un oficial le dio una patada en el pecho rompiéndole una costilla. “Cuando estuve en prisión —señaló Pao—, siempre recordaba Daniel 12, que habla del sufrimiento en la tierra, y de recibir la recompensa en el cielo. Quería que mi vida fuera como una estrella resplandeciente para Dios” (Daniel 12:3). Al salir de prisión, Pao reanudó su ministerio, compartiendo el Evangelio con siete familias más. Su evangelismo enfurecía a otros aldeanos, quienes a veces interrumpían sus reuniones de adoración y lo amenazaban. Con el tiempo, Pao se mudó a una nueva aldea para escapar del ambiente hostil. Ahí, llevó
Leer másDespués de escapar de las autoridades norcoreanas, una ex contrabandista de Biblias continúa compartiendo el amor de Cristo con otros desertores en Corea del Sur. La primera vez que Eun-Ji puso un pie en una iglesia, estaba molesta. La gente que estaba adentro cantaba y oraba en voz alta, le decían mentiras sobre Corea del Norte y, lo peor de todo, hablaban de los “líderes eternos” Kim Il Sung y Kim Jong Il con descarada irreverencia. Eso la enfureció. Había asistido a la iglesia, una congregación coreana en China, por razones meramente financieras. Sospechaba que una mujer que le debía dinero estaba allí, y necesitaba el dinero. Tenía una familia que alimentar durante el tiempo de severa hambruna en Corea del Norte. Cientos de miles de norcoreanos murieron de hambre durante “La Ardua Marcha” de Corea del Norte, como se nombró a la hambruna de la segunda mitad de la década de 1990. Agravando el sufrimiento, el gobierno se negó a aceptar importaciones o ayuda internacional. En su lugar, dio su aprobación implícita al contrabando ilegal, permitiendo a los norcoreanos hacer lo posible por conseguir comida, en vez de recibir del gobierno las raciones de comida y el pago que
Leer más