Liliana batalló con su fe después del asesinato de su padre por guerrilleros marxistas en Colombia, pero Dios la sanó y la está guiando para usar su testimonio con el fin de ayudar a las personas de otra nación devastada por la guerra.

Liliana no eligió crecer en la traicionera región fronteriza de Colombia, donde los cristianos a veces reciben amenazas de muerte solo por asistir a la reunión Y tampoco eligió ver cómo la fe de su familia se erosionaba por un torrente de dolor después del asesinato de su padre. Pero ahora ve que Dios usó estas pruebas y contratiempos para dirigir Su propósito para su vida. Y, para Liliana, con ese propósito vino la redención y la sanidad.

Los padres de Liliana, Amelo y Christina, se mudaron a una de las zonas más peligrosas de Colombia para servir como sembradores de Iglesias antes de que naciera Liliana. Fueron enviados a pastorear una congregación en la región notoriamente peligrosa a lo largo de la frontera entre Colombia y Venezuela, donde los militares colombianos luchaban por reprimir la insurgencia guerrillera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Las FARC financiaron sus actividades rebeldes en parte con dinero proveniente del lucrativo comercio de cocaína de Colombia. Y, en respuesta, los capos de la droga formaron grupos paramilitares de derecha para contrarrestar las incursiones de las FARC en su monopolio del narcotráfico, formando un tercer frente en el caos de la violencia colombiana.

Aunque su trabajo era muy peligroso, Christina y Amelo tenían una clara convicción de su llamado. «Siempre decíamos: “No tememos lo que nos pueda hacer el hombre; nosotros tememos al Señor”», dijo Christina.

Las FARC se opusieron a su trabajo ministerial, sabiendo que los jóvenes que llegaban a conocer a Cristo tendían a abandonar su movimiento guerrillero o a ni siquiera unirse a él. Los miembros de las FARC arrojaban piedras al techo del lugar de reunión durante los servicios, amenazaron a la pareja repetidamente e incluso les ordenaron que dejaran de reunirse como Iglesia.

«Un día estábamos teniendo un servicio, y arrojaron una bomba de cilindro dentro del lugar de reunión —dijo Liliana, quien tenía cuatro años en el momento del ataque—. Tuvimos que salir corriendo y escondernos debajo de un puente. Gracias a Dios, nadie resultó herido». La reacción de sus padres mostró su compromiso con su trabajo: simplemente, repararon el techo y continuaron reuniéndose allí para el culto.

A principios de la década de 2000, los combates entre los guerrilleros y los paramilitares se intensificaron tanto que toda la aldea se vio obligada a reubicarse. Aún así, la familia de Liliana se mudó con los aldeanos y continuó teniendo las reuniones de la Iglesia en la casa.

Pero las FARC no pasaron por alto la resistencia de Amelo. Un día de 2011, el pastor salió de su casa como de costumbre y nunca regresó. Liliana, entonces de 13 años, nunca volvió a tener noticias de su padre.

Huyeron presas del pánico, esperando hasta la una de la madrugada para subirse a un autobús con destino a Bogotá. Una vez instalados en la capital, estaban agotados y asustados, sin confiar en nadie. «Cuando recién llegamos, ninguno de nosotros podía hablar —dijo Christina—. Solo podíamos llorar».

Estaban destrozados emocional, física y espiritualmente. «Mi mamá trabajaba todo el tiempo —dijo Liliana—. Los demás llegaban a casa de la escuela cansados. No había mucha unidad entre nosotros». Luego, unos seis meses después, se reunieron con unos representantes de VOM, quienes escucharon su historia y se ofrecieron a ayudar.

Los obreros de VOM los invitaron a mudarse a una casa de refugio apoyada por VOM, donde recibirían apoyo espiritual y tiempo para recuperarse sin la presión de los pagos de alquiler. «Fue increíblemente estupendo —dijo Liliana—. [La casa de refugio] fue un momento para volver a estar juntos como familia».

La familia de Liliana vivió en la casa de refugio durante un año. Los niños asistieron a la escuela y disfrutaron de un tiempo de descanso y seguridad con su madre, y la familia recibió consejería de parte de dos pastores dedicados. Además, comenzaron a asistir a los servicios de la Iglesia que supervisa la casa de refugio, escuchando con frecuencia a oradores de todo el mundo hablar sobre el trabajo misionero internacional. Aunque la familia de Liliana había servido como misionera en una parte no alcanzada de su propio país, gran parte de lo que Liliana escuchó era nuevo para ella. «En ese momento, no sabíamos nada sobre misiones», dijo.

Después de su año en la casa de refugio, Liliana y su familia estaban listos para seguir adelante por su cuenta. Cuando su hermano mayor terminó el bachillerato, VOM lo ayudó a ingresar a una universidad, donde está estudiando ingeniería biomédica.

El corazón de Liliana fue tocado por un orador que ministraba a los palestinos, por lo que cuando se graduó del bachillerato, tenía una petición para los trabajadores de VOM: quería estudiar misiones y finalmente ir a Palestina como misionera.

VOM hizo arreglos para que Liliana estudiara en una escuela de discipulado en Chile durante seis meses, donde, dijo, Dios le trajo sanidad. «Había muchas cosas que no podía hacer antes, porque tenía miedo —dijo—. Y allá pude restaurar mi relación con Dios, buscarlo, comunicarme con Él».

Su llamado a Palestina también fue reafirmado durante sus estudios en la escuela de discipulado. «Sentí una urgencia por esas personas, por esa nación —dijo—. Mi testimonio, mi vida va a ayudar a la gente».

Liliana, ahora en sus veintes, pasará el próximo año trabajando en la escuela de discipulado en preparación para la vida como misionera a tiempo completo. Aunque su base de fe había dado señales de derrumbarse bajo sus pies después del asesinato de su padre, hoy, Liliana está firme en el fundamento espiritual que él ayudó a construir.

Sembrador de Iglesias colombiano y padre de familia asesinado por guerrilleros de las FARC
Categorías: Historia