Tal vez la mayor vergüenza histórica de la cristiandad, las Cruzadas, en ese momento fueron un brillante movimiento estratégico de los líderes papales para unir a una Europa en guerra contra los enemigos paganos que amenazaban a la iglesia bizantina. No es que el papa Urbano II en Roma se preocupara mucho por Constantinopla o viceversa. Cada parte de la iglesia había excomulgado a la otra en el Gran Cisma de 1054. Pero los enfrentamientos internos necesitaban juegos de guerra alternativos, y el llamado a defender Tierra Santa y la iglesia oriental de los turcos invasores presentaba un objetivo bastante legítimo para los caballeros y señores empeñados en batallar entre sí.

La Primera Cruzada, dirigida por Pedro el Ermitaño en 1095, fue un desastre militar. Lo mismo podría decirse de una de las últimas cruzadas, la Cruzada de los Niños en 1212, cuando cientos de jóvenes que navegaron desde Marsella hacia Palestina cayeron en manos de traficantes de esclavos. Entre estas, sin embargo, se forjaron muchas grandes reputaciones medievales. Ricardo Corazón de León de Inglaterra fue uno de los muchos que llevaron a los ejércitos a la victoria; sus soldados portaban el famoso signo de la Cruz Roja. En 1099, Jerusalén fue tomada. Cuando a Godfrey de Bouillon le ofrecieron el trono de Jerusalén, se negó a usar una corona de oro en la ciudad donde su Salvador había usado una corona de espinas. En cambio, Godfrey tomó el título de «Defensor del Santo Sepulcro».

Pero mantener el territorio conquistado no era tan fácil como ganarlo. La mayoría de los guerreros europeos regresaron a casa después de obtener la victoria, lo cual dejó al resto vulnerable al contraataque. El gran general musulmán Saladino contraatacó en 1187, y una Europa horrorizada envió la tercera ola de cruzados en respuesta. Ricardo derrotó a Saladino en 1191, y el papa Inocencio III, considerado el más grande de los líderes papales medievales, lanzó la Cuarta Cruzada. Sus comandantes querían primero controlar Constantinopla, así que esta Cruzada se convirtió en una guerra de cristianos contra cristianos. El papa Inocencio quedó impotente para detenerlo.

Sin embargo, acontecimientos lejos de la cristiandad, condujeron finalmente al agotamiento de los recursos militares y a la llegada de un acuerdo por los territorios en disputa. Desde lejos en Asia, los mongoles de Genghis Khan presentaban una fuerza militar imparable, la cual luchaba contra todos y cada uno con un éxito salvaje. La táctica de Khan era la guerra total, y negarse a someterse a él significaba el exterminio.

La caída de Acre en 1291 se considera generalmente como el final de las Cruzadas; los mongoles se convirtieron al islam. Quedaban algunos pequeños asentamientos cristianos, pero en el continente asiático el islam triunfaba. Las Cruzadas habían fracasado.

«Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que osaborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:44).

Historias de mártires cristianos: Las Cruzadas
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