Los arrestos, las palizas y la intimidación se habían vuelto comunes. Un grupo de creyentes fueron arrestados al azar y llevados al calabozo de Herodes. Entre ellos se encontraba uno de los apóstoles: Jacobo. El evento parecía poco más que el habitual acoso inconveniente que los líderes romanos se sentían obligados a realizar ante la insistencia de ciertos líderes judíos, quienes parecían obsesionados con los seguidores de Jesucristo. Pero las cosas dieron un giro repentino cuando Jacobo fue sacado sin aviso y ejecutado sumariamente a espada. La iglesia en Jerusalén quedó atónita; sus oponentes estaban eufóricos (Hechos 12:1-2).

La muerte de Jacobo resultó ser un experimento político por parte de Herodes. Debe haber estado harto y cansado de las disputas en su corte con respecto a los seguidores de Cristo que parecían estar propagándose como una infección. No hacían nada malo excepto provocar el odio extremo de los demás. Pero cuando el viejo político vio el entusiasmo en la respuesta a la muerte de Jacobo entre sus aliados políticos, Herodes decidió que podía darse el lujo de eliminar a algunos más de estos cristianos. Su intento de matar a Pedro fracasó, y antes de que pudiera idear un nuevo plan, se distrajo con una crisis en otra parte de su reino. Herodes murió poco después cuando «un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos» (Hechos 12:23).

Jacobo, el hijo de Zebedeo, tiene la notable distinción de ser el primer mártir apostólico. Su muerte vino dentro de los catorce años después de la resurrección y ascensión de Jesús. Solo Esteban precedió a Santiago entre los primeros mártires conocidos. La muerte de Esteban y la persecución de Saulo deben haberles dejado claro a los apóstoles que las cosas no iban a ir bien en el área de la seguridad personal. Después de todo, Su presencia, no la preservación de ellos, había sido la promesa de Jesús en la Gran Comisión, cuando dijo: «Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).

Curiosamente, Jacobo y su hermano Juan fueron confrontados por Jesús en cierto momento después de que su madre le pidió al Señor un privilegio especial para sus hijos. Jesús preguntó: «¿Podéis beber del vaso que yo he de beber…?» (Mateo 20:22). Aunque lo más probable es que no tuvieran idea de a qué se refería, los hermanos inmediatamente respondieron: «Podemos». Pensaban que estaban a punto de obtener un privilegio por encima de los otros diez discípulos. Jesús respondió: «A la verdad, de mi vaso beberéis…» (Mateo 20:23). Sus palabras fueron proféticas. Jacobo fue el primero en morir; Juan, el último. Sus muertes marcaron el inicio y el fin de las historias del martirio apostólico.

De los tres discípulos con los que Jesús pasó más tiempo (Pedro, Jacobo y Juan), tenemos mucho menos información sobre Jacobo. Su propio hermano, Juan, nunca lo menciona (o a sí mismo, de hecho) por su nombre en el evangelio que escribió. Jacobo, el hijo de Zebedeo, es llamado «el Grande» meramente para diferenciarlo de Jacobo, el hijo de Alfeo («el Menor»), uno de los otros discípulos.

En el contexto de la historia, catorce años no representan un gran lapso. Pero el ministerio activo de Jesús cubrió solo tres años. La pregunta es, entonces, ¿qué hicieron Jacobo y los otros apóstoles durante esos primeros catorce años antes de que Jacobo muriera a manos de los soldados de Herodes?

Durante los años posteriores a la ascensión de Jesús, se desarrolló una relación incómoda entre el creciente movimiento de cristianos en Jerusalén, aquellos líderes judíos que habían rechazado las afirmaciones de Cristo y habían ayudado a matarlo y las autoridades romanas encargadas de mantener la paz. A menudo se mantenía el orden mediante el uso de amenazas y torturas. Los primeros capítulos del libro de los Hechos proporcionan atisbos del flujo y reflujo de la persecución de los creyentes.

Pero Lucas registra un momento significativo que involucra a Gamaliel, el rabino quien fue el mentor de Saulo. No se oponía a la persecución de los creyentes, pero les advirtió a sus compañeros del Sanedrín que no mataran a los cristianos. Entendía el poder del martirio. Gamaliel dijo: «Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios» (Hechos 5:38-39). Esta táctica de tolerancia quizá mantuvo a muchos creyentes en Jerusalén y ralentizó, así, el proceso de llevar el evangelio al mundo. Las muertes de Esteban y Jacobo terminaron por cambiar todo eso. (La caída de Jerusalén en el año 70 d. C. esparció a la iglesia a los cuatro vientos).

La muerte de Esteban casi parece un caso inusual en el que las cosas se salieron de control. Pero llevar a los cristianos a la cárcel se convirtió en parte de la vida en Jerusalén. Aparentemente, Saulo tuvo éxito en intimidar a los cristianos hasta el punto en que muchos dejaron Jerusalén por lugares más seguros. Esto tuvo el beneficio de difundir el evangelio, algo que Saulo ciertamente no pretendía en ese momento de su vida. Tampoco tenía la intención de ser confrontado por el Señor en el camino a Damasco. Pero cuando Saulo (Pablo) desertó como el principal oficial perseguidor por parte del Sanedrín, la situación en Jerusalén se estancó de nuevo durante varios años.

Una antigua iglesia en España afirma contener al menos algunos de los restos del cuerpo de Jacobo. Esto dio lugar a la tradición de que Jacobo pudo haber dejado Jerusalén durante varios años en un viaje misionero a España antes de su muerte. Parece haber pocas razones para que Lucas no incluyera alguna referencia en los Hechos sobre esto entre sus notas acerca de los esfuerzos de evangelización. Pero resulta atractivo para nuestra visión pionera de las misiones que uno de los pescadores apostólicos emprendiera un largo viaje al extremo del Mediterráneo, lo último de la tierra, para buscar cumplir con la comisión de Cristo allí.

«Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, este será salvo» (Marcos 13:13).

Historias de mártires cristianos: Jacobo el Grande
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