La esposa de Fazal, Shahnaz, sonrió mientras veía a su esposo ponerse sus zapatos nuevos, emocionado por asistir a la iglesia esa mañana. Faltaba una semana para Navidad, y esperaba con ansias tomar la comunión ese día en la Iglesia Metodista Bethel Memorial en Quetta, Pakistán.

Shahnaz lo regañó en silencio por llegar tarde, luego besó a Fazal y a su hijo sin darse cuenta de que sería la última vez que vería a su esposo. Fazal y su hijo llegaron a una iglesia llena de gente que había venido a ver la celebración de Navidad de los niños. Pero a medida que la congregación se formaba para recibir los elementos de la comunión, cuatro hombres con chalecos suicidas se acercaron a la iglesia. Al ver su intención, el personal de seguridad trató de impedir la entrada de los hombres, le dispararon a uno cuando intentaba entrar al complejo. Otros dos huyeron de la escena, pero el cuarto hombre logró abrirse paso a través de la entrada y detonar sus explosivos. El hijo de Fazal se estaba preparando para recibir los elementos cuando ocurrió la explosión, y la mujer a su lado resultó herida en la explosión.

Once cristianos, incluido Fazal, murieron en el ataque, y muchos otros resultaron heridos. El autoproclamado Estado Islámico (ISIS) posteriormente reclamó el crédito por el ataque terrorista.

Aunque componen menos del uno por ciento de la población del país, los cristianos son marginados por la mayoría musulmana y a menudo deben trabajar en empleos serviles por un salario muy bajo. Las comunidades cristianas reciben poca protección del gobierno y con frecuencia son blanco fácil de ataques extremistas musulmanes. Las grandes reuniones de creyentes en las fiestas cristianas también son, en general, atacadas por los extremistas.

Mientras los miembros de la iglesia lloraban por los muertos en el atentado, también tenían razones para alabar a Dios. Si los otros atacantes hubieran logrado entrar en la iglesia y detonar sus explosivos, el número de muertos habría sido mucho mayor.

Los cristianos pakistaníes soportan grandes dificultades por su testimonio cristiano. Son odiados por sus vecinos y tratados como ciudadanos de segunda clase por adorar a Jesucristo, quien prometió: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan […] por causa del Hijo del Hombre» (Lucas 6:22).

«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron».

Apocalipsis 21:4

Historias de mártires cristianos: Ataque a la iglesia de Quetta
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