«¡No, usted no le puede hablar a los demás sobre el cristianismo! —lo regaño la maestra—. No puede estar haciendo esto porque el cristianismo es una religión estadounidense y es una religión muy mala». Las duras palabras de la maestra de bachillerato no sorprendieron ni desanimaron al joven Hanh. Desde que vio cómo el evangelio había cambiado a su padre alcohólico, había querido seguir a Cristo y hablarles a otros acerca de Él. Pero ser cristiano y compartir tu fe en el comunista Vietnam no está exento de consecuencias. Compartir a Cristo es ilegal, y Hanh lo sabía. Los que evangelizan son duramente reprendidos. Algunos han sido multados o expulsados de la escuela, mientras que otros han sido golpeados, encarcelados y desalojados de sus aldeas. Hanh es uno de varias docenas de jóvenes vietnamitas cristianos que están realizando un estudio bíblico sobre la vida de Cristo. El grupo comenzó a reunirse dos días a la semana para repasar la serie de seis libros, pero su hambre por aprender era tan grande que decidieron reunirse todas las noches. Al ser confrontado por su enojada maestra en el bachillerato, Hanh consideró su respuesta en oración. «Dejaré de seguir a Cristo si puede

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A Emmanuel le molestaba el trabajo ministerial de su padre en Vietnam y los repetidos encarcelamientos que había generado. Pero al ver a Dios trabajando a través de él, su propio trabajo comenzó a reflejar el compromiso de su padre. Emmanuel tiene muchos recuerdos dolorosos de su infancia. Nunca olvidará el miedo que sentía cada vez que las autoridades vietnamitas arrestaban a su padre mientras predicaba en un servicio dominical o enseñaba a los creyentes de varias tribus en casa de ellos. A veces se aferraba a la pierna de su padre, tratando de evitar que la policía se llevara a su papá. Y todavía recuerda la soledad y el abandono que sentía mientras su padre estaba encarcelado. Emmanuel estaba resentido con el trabajo de su padre, y el sentimiento no terminaba cuando su padre salía de la cárcel. Resurgía cada vez que su padre no podía asistir a un evento escolar especial debido a su trabajo ministerial. Emmanuel a menudo se subía a la cima de un cocotero para llorar y desahogar su frustración hacia su padre y Dios en privado. Luego, a los 11 años, la amargura de Emmanuel alcanzó un nuevo nivel cuando su padre comenzó a

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