Eugenia yacía en una camilla con un dolor abrasador por las heridas de machete en la espalda y los hombros, mientras que detrás de la cortina de hospital su hijo de 12 años estaba siendo tratado por una herida en el brazo. Justo afuera de la clínica, una confiada mujer de unos 30 años trataba de calmar a una multitud de aldeanos que le gritaban enojados en español y tzotzil a un muchacho despeinado de 15 años. Solo unas horas antes, el joven de 15 años había atacado brutalmente a Eugenia y a su hijo, sajándolos con un machete mientras caminaban hacia una reunión de la iglesia. El hijo de Eugenia la había acompañado para su protección ese día en febrero de 2014 porque su esposo estaba ausente ministrando en otra de las seis pequeñas iglesias caseras que supervisaban en una parte rural del estado de Chiapas, México. Cuando Eugenia fue atacada, su hijo se puso entre su madre y el atacante de 15 años. Después de que Eugenia y su hijo fueron llevados de prisa a la clínica, varios aldeanos enojados, algunos de ellos nuevos creyentes de la iglesia de Eugenia, capturaron a su atacante y lo arrastraron al hospital.
Leer másFeliciano había recibido la orden de comparecer en una asamblea comunitaria para que los otros líderes pudieran interrogarlo sobre las nuevas ideas que había estado enseñando en El Avellanal, Chiapas. «¡Usted ha cambiado su manera de pensar! —le dijeron acusándolo—. Habla como evangélico». A los 52 años, Feliciano Ruiz Cruz estaba contento con su vida. Tenía una buena esposa y ocho hijos. Él y sus tres hijos mayores, todos casados, cultivaban sus tierras y mantenían a toda la familia. Feliciano era uno de los cuatro líderes laicos en su iglesia católica tradicionalista local. También era miembro del grupo rebelde zapatista de izquierda y un miembro respetado de su comunidad. Todo eso cambió un día de abril de 2013. Mientras leía la Biblia, fue convencido por el Espíritu Santo de que su adoración de ídolos era pecaminosa. Se dio cuenta de que la adoración idólatra de santos y dioses en su iglesia tradicionalista estaba mal, y pronto le comenzó a enseñar a los demás lo que había aprendido. Otros en la comunidad comenzaron a darse cuenta, y sus tres colíderes en la iglesia le pidieron que compareciera en la asamblea comunitaria de El Avellanal para responder sus preguntas. La región alrededor de
Leer másCuando Roberto Santo Gómez reflexionó sobre su vida, sintió que no había logrado mucho. Estaba vacío por dentro y su corazón, lleno de odio. Como miembro del grupo rebelde zapatista de izquierda, su trabajo consistía en quitarle a la gente su dinero, traficar con drogas y luchar contra el gobierno. Pero eso no le había dado sentido a su vida, y ahora se sentía atrapado por la «causa» zapatista. Después de considerar sus opciones, Roberto decidió que iría al norte a los Estados Unidos y trataría de ganar algo de dinero. Como muchos otros antes que él, Roberto se subió al tren que va desde Chiapas en el sur de México hasta la frontera con los Estados Unidos. Sin embargo, el viaje no fue como había planeado. Roberto se cayó del tren, lo que le valió perder el brazo izquierdo y lo dejó con múltiples fracturas. Mientras yacía en el suelo con un dolor agonizante, de repente recordó las palabras de un predicador callejero que una vez escuchó en un parque, y sus pensamientos se volvieron hacia Dios. «Dios, si existes, dame otra oportunidad —oró—. Concédeme la vida, y me levantaré y te buscaré y hablaré de ti». Dios respondió
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