Después de perseguir celosamente a los cristianos durante décadas, un oficial del ejército birmano cometió un error que lo llevó a un encuentro con seis pastores encarcelados que cambió su vida.

Khin Maung quería ser parte de algo más grande que él. Después de terminar el bachillerato, se unió al Ejército de Birmania y rápidamente ascendió de rango, llegando finalmente al nivel de teniente coronel. Como oficial al mando de su propio batallón, desarrolló una reputación de brutalidad hacia sus soldados, reservando su trato más duro para los cristianos.

Khin aprendió a odiar a los seguidores de Jesús a una temprana edad. Creció en una familia birmana rígidamente budista, y dos de sus tíos eran influyentes monjes budistas. A los 11 años, pasó nueve meses como novicio, vistiendo la tradicional túnica granate y viviendo entre monjes adultos en un monasterio local. Le enseñaron que Jesús era discípulo de Buda y que fue crucificado por desobedecer las instrucciones en las que se le prohibía predicar. Además, le enseñaron que cuando Jesús murió, se convirtió en un espíritu maligno.

«Desde ese momento, pensé que los cristianos estaban locos —dijo—. Decidí que no quería tener nada que ver con ellos».

Khin aprovechaba cualquier oportunidad para burlarse públicamente de los cristianos de su batallón y avergonzarlos. Si oraban, los interrumpía. Si leían la Biblia, los golpeaba. Cuando comían, les tiraba la comida de la mesa y los obligaba a limpiar el desastre.

«Los pateaba con mis botas militares y los azotaba con una cuerda —dijo—. Le tire los dientes [a un soldado] de una patada». Si Khin ya trataba cruelmente a sus propios soldados cristianos, trataba peor a los cristianos civiles, especialmente a los birmanos étnicos que habían abandonado el budismo por Cristo.

«Cada vez que la gente se convertía al cristianismo del budismo, yo y dos amigos militares íbamos y los azotábamos y los perseguíamos —dijo—. Yo pensaba que su Dios era solo el Dios del pueblo chin y que había tenido una muerte terrible, deshonrosa y sin sentido. Pensaba que era un Dios extranjero». El grupo étnico chin de Birmania es predominantemente cristiano gracias a los misioneros que trabajaron entre ellos a finales del siglo XIX. A medida que el cristianismo se extendió entre los chin, empezaron a sufrir una creciente persecución por parte de otros grupos étnicos, así como del ejército de Birmania.

En su odio por los cristianos, Khin a menudo obligaba a los pastores a emborracharse para arruinar su reputación, y una vez supervisó la demolición de una iglesia. «Pedimos ayuda a los bomberos, a un funcionario del pueblo y a algunos militares de nuestra unidad —dijo—. Juntos lo destruimos todo».

Al enterarse de que los cristianos creían que Jesús seguía vivo, Khin incluso ideó un plan para perseguirlo si alguna vez lo conocía en persona. «Le dije a Jesús: “Tienes que estar en alerta —recordó—. Si alguna vez te veo, te dispararé”». Pero Khin no tardó en enfrentarse a una disciplina extrema que reveló la frágil lealtad entre los soldados. Después de una noche de borrachera en 2003, despertó pasada la medianoche y descubrió que no tenía su pistola. Sabía que estaba en problemas: hay un dicho popular en el ejército de Birmania que dice que «el valor del arma de un soldado equivale a diez vidas».

Khin informó diligentemente de la desaparición del arma a su superior, quien inmediatamente lo acusó de haberla vendido a un ejército rebelde. Tres oficiales le ataron las muñecas y lo sentaron en una silla antes de colgarlo del techo por las muñecas y botar la silla de debajo de él de una patada. Después lo golpearon durante horas con varillas de hierro. Los azotes continuaron de forma intermitente durante tres días, durante los cuales Khin no recibió comida ni agua. Al tercer día, su cuerpo estaba tan hinchado y ensangrentado que ya no sentía dolor. «Me quería morir», dijo.

Entonces, alrededor de la una de la mañana del tercer día, después de que sus torturadores se marcharon, Khin tuvo una visión. «Pude ver a Jesús —dijo—. Estaba en una cruz delante de mí. De varias partes de Su cuerpo salía mucha sangre, igual que del mío. Pensé: “Esto no puede ser verdad”. Volteé a la izquierda y luego a la derecha, pero seguía viendo a Jesús en la cruz sin importar a dónde mirara. En ese momento, se me erizó la piel y todo el cuerpo me empezó a temblar».

Al cabo de unos diez minutos, la visión se desvaneció y un oficial al mando de su división entró en la habitación junto con los que lo habían estado golpeando. «¡Bájenlo! —exigió el oficial—. Todos somos soldados. Él lleva treinta años sirviendo en el ejército. ¿Por qué lo están tratando así?».

El oficial al mando dispuso entonces que llevaran a Khin a un hospital para que recibiera atención médica.

ENCONTRANDO «VIDA» EN LA CÁRCEL

Después de ser dado de alta del hospital, Khin fue condenado por un tribunal militar a dos años de prisión por la presunta venta de su arma. Era uno de los cuarenta prisioneros de su celda, que él recuerda oscura, sucia y llena de alimañas. Su único consuelo era una manta con la que se cubría mientras dormía en el frío y duro suelo.

Entre los hacinados en la celda de Khin había seis pastores cristianos. Él los desafiaba cuando le compartían el evangelio, pero ellos siempre respondían a sus ataques con paciencia y amor. Le contestaban sus preguntas sobre Jesús y le indicaban los pasajes de las Escrituras que refutaban lo que le habían enseñado de niño.

El 9 de junio de 2003, Khin les hizo una promesa. «Les dije: “Si Jesús es un verdadero salvador, si puede salvarme de mi sufrimiento, entonces lo serviré hasta que muera”», dijo. Los pastores rodearon a Khin y oraron por él, y uno de los hombres continuó pasando dos horas al día enseñándole sobre la Biblia. Durante los tres meses que pasaron juntos, entablaron una fuerte amistad que hizo que Khin se sintiera cómodo haciendo preguntas más profundas. Entonces, una noche, alrededor de las 9:00 p. m., el amigo de Khin murió mientras dormía.

Poco después de la muerte de su amigo, se resolvió el caso contra los cinco pastores restantes y fueron puestos en libertad. Durante dos meses, Khin se sintió completamente solo. Entonces, el 11 de diciembre de 2003, unos funcionarios de la prisión lo llevaron a un pequeño tribunal fuera de la cárcel, donde se sorprendió al ver a un viejo amigo: el propietario de una licorería que había frecuentado.

El dueño de la tienda se presentó y confesó haber tomado la pistola de Khin. Le dijo a Khin que la había tomado prestada para ir de caza con la intención de devolvérsela más tarde, pero que cuando regresó vio a los oficiales golpeando a Khin y que estaba demasiado asustado para reconocer que la había tomado. El juez ordenó que Khin fuera puesto en libertad, poniendo fin a su encarcelamiento de seis meses.

—¡Aleluya! —gritó Khin, entregando su vida a Cristo en ese momento. Sorprendidos por sus palabras, todos en la sala lo miraron.

—¿Estás loco? —le preguntó un soldado—. ¿Estás loco?

—No estoy loco —dijo Khin—. Le pedí a Jesús que hiciera algo, que me liberara, ¡y en verdad lo hizo!

El juez le dijo a Khin que quedaba libre de los cargos y que recibiría un ascenso y sería trasladado a un nuevo batallón. Pero Khin rechazó el ascenso. «Le hice una promesa a Jesús —respondió—. No quiero seguir haciendo esto, aunque me asciendan».

Las autoridades militares le dieron un mes para meditar sobre su decisión, pero Khin estaba determinado. «En el momento en que me liberaron, no lo pensé más —dijo—. Fui enseguida a la iglesia».

Cuando Khin se reunió con los pastores de la iglesia, le ofrecieron ropa y comida. Pero él se apresuró a corregir su percepción errónea. «No he venido aquí para que me mantengan —explicó—. Solo quiero escuchar más sobre el Jesús del que me hablaron en la cárcel».

Entusiasmados por el celo de Khin por Cristo, los pastores decidieron ayudarlo a asistir a una escuela bíblica durante dos años.

PAGANDO EL PRECIO DEL COMPROMISO

Khin entró a la escuela bíblica prácticamente solo. Su mujer lo había abandonado mientras estaba en la cárcel, y solo uno de sus seis hijos adultos había continuado hablándole porque los demás se avergonzaban de tenerlo como padre.

Aun así, Khin apreciaba la oportunidad de estudiar las Escrituras. Y mientras estudiaba, empezó a aprender más sobre la persecución de los cristianos a lo largo de la historia. «Lo importante es que permanecieron fieles», dijo de los perseguidos.

Después de graduarse de la escuela bíblica, Khin subió a la cima de una pequeña montaña cercana y acampó durante tres días, rindiéndose plenamente a Jesucristo y orando para que le diera dirección. «Quería confesar y pedir perdón por las cosas tan malas que les había hecho a tantos cristianos —dijo—. También le quería dedicar toda mi vida al Señor. Le prometí a Dios en aquella montaña que pasara lo que pasara, aunque tuviera que morir, yo haría lo que Él quisiera».

Mientras oraba en la cima de la montaña, Khin hizo la transición de oficial del ejército de Birmania a soldado de Cristo. «Arriesgué mi vida disparando armas y matando a otras personas, pero esta guerra no es importante —dijo—. La guerra más importante que estoy librando ahora es contra el diablo. Es la guerra en la que lucharé, aunque sufra, el resto de mi vida».

Cuando Khin comenzó a enseñarles a otros sobre Jesús a principios de 2006, la persecución no se hizo esperar. Soportó con regularidad desde palizas hasta cargos legales falsos como «socavar la religión budista» y «destruir un santuario budista». Y tras experimentar él mismo la persecución, Khin se sintió obligado a reparar el daño causado a quienes había perseguido.

En 2008, visitó un pueblo donde había perseguido a unos veinte cristianos. «Me disculpé con la gente y lloraron, me abrazaron y me dieron la bienvenida —dijo—. Me sentí muy bien. Me dieron un nuevo nombre: Pablo. Me sentí muy feliz de recibir ese nombre. Hoy me siguen llamando así».

Khin comenzó a compartir el evangelio en otra aldea birmana en 2017, pero sus esfuerzos fueron rápidamente recibidos con violencia después de que el monje principal de la aldea les dijera a los aldeanos que lo detuvieran. Un hombre le lanzó una piedra, golpeando a Khin en la espalda, mientras que otro le arrojó un trozo de madera. Entonces, tres mujeres soltaron a sus perros sobre Khin, instándolos a atacar. Al huir de los perros, Khin tropezó y se golpeó la boca con un montón de ladrillos, lo que le tiró cuatro dientes superiores. Uno de los perros le mordió la pantorrilla derecha.

Al día siguiente, mientras Khin yacía en cama recuperándose de sus dolorosas heridas, un anciano de la aldea lo visitó para disculparse por el ataque y para prometerle que denunciaría a los responsables a las autoridades. Pero Khin le dijo que no presentaría cargos. Que ya había perdonado a todos. «Jesús me perdonó por mis pecados, así que puedo perdonarlos —le dijo al anciano—. Jesús nos enseñó a amar a los demás».

Cuando el anciano compartió el mensaje de perdón de Khin con los que lo habían atacado, varios visitaron a Khin en su casa. Él compartió gustosamente el evangelio con ellos, y una semana después, cuatro de ellos aceptaron a Cristo.

Con la ayuda de VOM, Khin recibió una serie de vacunas contra la rabia, así como cuatro implantes dentales para reemplazar los dientes que había perdido. «Era muy difícil compartir el evangelio sin mis dientes —dijo—. No podía hablar con claridad. Después de que me arreglaron los dientes pude hablar y compartir el evangelio realmente bien».

Aunque Khin ha sufrido el distanciamiento de sus familiares y ha padecido físicamente desde que conoció a Cristo, comprende que la persecución ha servido a un propósito mayor. «Dios me ha bendecido con setenta y tres birmanos que ya no están perdidos, y también hay dos monjes que se han convertido», dijo con alegría.

A principios de 2019, Khin se trasladó a una nueva aldea para compartir el evangelio con las 380 familias que vivían allí; once personas llegaron a la fe en Cristo antes de que el monje jefe de la aldea lo echara de allí. Aunque Khin ahora no tiene hogar, dijo que aún planea visitar la aldea y seguir compartiendo el evangelio.

«Seguiré sirviendo a Jesús —dijo—. Sé que en el futuro también tendré que afrontar muchas dificultades y sufrimientos, pero le encomiendo mi vida a Jesús como se lo he prometido. Por favor, oren para que el pueblo birmano llegue a conocer a Jesús».

Oficial budista del ejército ve a Cristo en visión mientras es golpeado
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