Twen Theodros tenía solo dos años de ser cristiana cuando la arrestaron en Eritrea por primera vez.

En el 2002, la dictadura del país declaró ilegal todo grupo religioso menos el islam sunita, la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Eritrea, la Iglesia Católica y la Iglesia Evangélica Luterana de Eritrea. El gobierno mantiene un estricto control sobre estos grupos y sus mensajes, y las iglesias sin aprobación deben reunirse en secreto.

En febrero de 2004, Twen tenía 20 años, acababa de terminar su servicio militar obligatorio, y fue asignada a trabajar en Asmara, la capital Eritrea. Por esa época, visitó una iglesia en casa para adorar clandestinamente junto con otros cristianos.

Sin embargo, las autoridades eritreas, quienes regularmente se infiltran en las iglesias, descubrieron la reunión de adoración en la casa-iglesia y arrestaron a los creyentes cuando salían de la reunión.

Después de pasar un mes en la prisión, Twen fue engañada para firmar un documento tras su liberación. Su padre le rogó que firmara el documento; él y el oficial de la prisión le aseguraron que solo estaba reconociendo que no podría predicar ni asistir a una iglesia grande, pero que aún podría predicar en grupos pequeños. Pero cuando Twen regresó a su puesto militar y le dio la carta de la prisión a su supervisor, se dio cuenta de que, sin saberlo, había aceptado regresar al grupo religioso aprobado por el gobierno al que solía pertenecer.

“Regresé a casa y comencé a llorar y pedir perdón, a arrepentirme”, dijo. Mientras oraba, pensó en Apocalipsis 3:16: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.

El versículo le ayudó a Twen a darse cuenta de que tenía que comprometerse por completo a Cristo o dejar de decirse cristiana. Podía obedecer la Palabra de Dios o la carta que había firmado. Hincada junto a su cama, colocó una Biblia frente a ella e imaginó la carta que había firmado junto a la Biblia. “Le pedí a mi alma elegir una”, dijo.

“¿Estás dispuesta a abandonar a tu padre, tu madre, tus hermanos, tu trabajo y tu vida?”, se preguntó, pensando en Lucas 14:26-33. Mientras consideraba el pasaje de las Escrituras, respondió “Lo estoy”. Aun así, le dolió elegir al Señor por encima de su trabajo, familia y vida.“Estoy dispuesta y dispuesta y dispuesta”, se repetía en afirmación.

Después de comprometerse a vivir según la Palabra de Dios, Twen dijo que sintió paz. “Sentí gozo en el corazón”, relató. Su compromiso resultó ser crucial para soportar sus próximos 16 años de vida.

Ocho meses después de su primer arresto, mientras Twen y unos 60 cristianos más hacían una velada de oración de Año Nuevo, la policía rodeó la casa y arrestó a todas las personas adentro. Twen dijo que recordó Filipenses 1:29: “Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él”.

Twen y los demás cristianos fueron llevados a la prisión de Mai Serwa, cerca de Asmara, donde fueron encerrados en contenedores de transporte de metal. La condición de estas “prisiones”, aún usadas en Eritrea hoy en día, son algunas de las más severas del mundo. De día, dijo Twen, el calor era insoportable, y de noche todos luchaban por mantenerse abrigados. Los prisioneros solo recibían sopa de lentejas, pan y té, junto con una cantidad limitada de agua para beber.

Estando en prisión, Twen se hizo amiga cercana de Helen Berhane, una cantante cristiana eritrea que había estado detenida en un contenedor de transporte desde febrero de 2004. Helen ayudó a Twen a soportar sus nuevas circunstancias. Pero, cuando Helen fue liberada en octubre de 2006 después de una grave enfermedad, los guardias aislaron a Twen para evitar que testificara a otros presos. “Estuve sola —dijo Twen—. Fue muy duro para mí”.

De día, los guardias cerraban la ventanita del contenedor de Twen para prevenir que entrara aire fresco. El objetivo era quebrantar su determinación y obligarla a firmar otro documento donde dijera que renunciaba a su fe.

Un día, cerca del mediodía, Twen tuvo dificultades para respirar por el sofocante calor en el contenedor. “Luché por sobrevivir —dijo—. Era más de lo que podía soportar, fue demasiado para mí. Comencé a orar: ‘Dios, por favor, ayúdame’”.

Encontró la respuesta a su oración en otro pasaje que recordó, 1 Pedro 4:12-13. La Palabra de Dios habló directamente a su situación: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”.

Twen pasó tres de los 16 años de su sentencia encerrada en un contenedor de transporte. En ese tiempo, conoció y fue animada por la cantante cristiana eritrea Helen Berhane.

Twen se dio cuenta que su prueba de fuego era simplemente parte de seguir a Cristo, y aceptó la posibilidad de que la condujera a la muerte. “Por un lado —dijo—, me alegré, porque iría a la gloria, y por otro lado, el sufrimiento era doloroso. Mientras pensaba en esto, ese versículo me consoló y comencé a sentir como un aire fresco. Podía ver la presencia del Espíritu Santo, y comencé a adorar a Dios”.

Tres horas después, los guardias abrieron la puerta esperando ver a Twen al borde de la muerte y ansiosa por firmar el documento. “Pude ver en sus caras que se sorprendieron al verme con vida”, dijo. Pero sabía que su objetivo era persuadirla a renunciar su fe, no matarla.

De repente, después de dos años y diez meses encerrada en el contenedor, generalmente aislada, Twen fue llevada a otra prisión. “Sentí gran gozo, porque cuando me llevaron al otro lugar me reuní con otras hermanas cristianas —dijo—. Sentí como si me estuvieran liberando, así que alabé a Dios”.

En la prisión de Wi’a, ubicada en la costa del Mar Rojo, donde las temperaturas pueden superar los 38ºC, Twen y los demás cristianos fueron arrojados a una celda subterránea — un hoyo cavado a mano con paredes de piedra. Los guardias intentaron hacer que los cristianos renunciaran a su fe. “Intentaron intimidarnos con advertencias de que si no renunciábamos a nuestra fe sufriríamos esto o aquello —relató Twen—, pero nuestra postura era ser fieles hasta la muerte”.

Con el tiempo, los guardias se impacientaron y cambiaron de táctica. Comenzaron a golpear y azotar a las mujeres, proveyéndoles solo pan y un vaso de agua al día. Pero Twen y sus compañeras de celda permanecieron firmes en su fe, y Twen nunca vaciló del compromiso que hizo con Dios en el 2004.

Los métodos de tortura de los guardias evolucionaron hasta que, eventualmente, obligaron a las mujeres a caminar sobre suelo espinoso bajo el sol abrasador del desierto. “Luego nos hacían acostar sobre el suelo, y comenzaban a golpearnos muy fuerte —explicó Twen—. Nos golpeaban en una parte de los hombros, y golpeaban el mismo lugar una y otra vez para maximizar el dolor”.

Al terminar la paliza, los guardias les ordenaron a las mujeres negar su fe en Jesucristo.

Uno de los guardias le dijo a Twen que le daría unos minutos para pensar su respuesta, y se fue. Cuando regresó, la fe tan firme de Twen lo enfureció. Ella ya había decidido, antes de ir a la prisión, que su vivir es Cristo.

“Cristo me dio Su vida —le dijo al guardia—, así que darle la mía es poca cosa. Como dicen las Escrituras: ‘Sé fiel hasta la muerte, y Yo te daré la corona de la vida’ (Apocalipsis 2:10). Yo ya le di mi vida”.

“Te respetábamos —replicó el guardia—, pero no mereces el respeto. ¡Acuéstate! ¡Acuéstate!”.

Luego golpeó a Twen repetidamente en la espalda con toda la fuerza que tenía. “Fue demasiado —dijo Twen—. Comencé a llorar: ‘Señor, por favor, no me pruebes más de lo que pueda soportar’”.

Twen comenzó a pensar en los sufrimientos de Cristo por ella en la cruz, y se sintió honrada de unirse a sus padecimientos. A medida que sintió que la gracia de Dios caía sobre ella, dijo que empezó a sentir compasión por el guardia, aun mientras la golpeaba. “Por favor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, oró, recordando las palabras de Cristo en la cruz.

Pronto otro guardia tomó el mando y relevó a los demás. Este hombre, también un soldado, llevaba un gran palo consigo. “Le habían ordenado solo cuidarnos, no torturarnos”, dijo Twen.

Pero el nuevo guardia siguió golpeando al azar a las demás mujeres con el palo.

Mientras Twen oraba, vio una visión de un hombre que cargaba una niña. El hombre, dijo, parecía Jesús, y estaba sosteniendo una pequeñita en sus manos para protegerla de los golpes que recibía por todos lados. Mientras tanto, la niña se sentaba en paz en sus brazos, tocando su cabello y sonriendo.

A la noche siguiente, llevaron a Twen a ser torturada. “Sentí como si todos los palos me golpearan —dijo—, pero me di cuenta de que caían sobre Jesús, así como en mi visión. Era Él quien soportaba los golpes y quien sufría. Ver eso es lo que fortaleció mi corazón”.

En vez de pedirle a Dios que la liberara o sostuviera su salud, Twen oró para que Él la mantuviera fiel. Dijo que se acordó de 1 Corintios 6:19-20, que nos dice que fuimos comprados por la sangre de Jesucristo y le pertenecemos a Él.

“En las Escrituras, Él nunca nos promete que no sufriremos —dijo Twen—. No me pertenezco; le pertenezco a Dios. Él me puede llevar a donde me quiera llevar. Yo solo estoy aquí para hacer Su voluntad, no la mía”.

Unas semanas después, las palizas reiniciaron, pero los guardias no se limitaban a una sola parte del cuerpo. Mientras el intenso dolor hizo que perdiera y recuperara el conocimiento, experimentó otra visión.

“Pude ver a las estrellas crecer y crecer —dijo—, y comencé a oír música muy bonita, como de un ángel, y a sentir el aire fresco”. Luego abrió los ojos.

“Pude ver al hombre que me torturaba —dijo—. Podía ver su enojo. Me estudiaba. Me entristeció el regresar de esa visión del cielo. Le pregunté a Dios ‘¿Por qué?’. Siempre recuerdo ese momento”. Twen dijo que los guardias esperaban usar su desorientación para hacer que negara su fe.

Esa misma noche, Twen supo que los guardias no eran la única fuente de miedo y sufrimiento que podría enfrentar. Ella y una amiga estaban acostadas en la oscura fosa subterránea cuando Twen, medio inconsciente, de repente sintió que algo mordía su pie. Su amiga prendió un cerillo que les alumbró lo suficiente para ver una serpiente enrollada junto a su pie. Su amiga mató a la serpiente con una escoba que había cerca.

Unos diez minutos después, luego de volver a perder el conocimiento, un ruido despertó a las mujeres. Esta vez, una cobra y otras dos serpientes arrastraban el cuerpo de la serpiente muerta. La amiga de Twen mató a dos de las serpientes, pero la cobra se escapó siseando por una apertura en la pared de piedra. Cuando un guardia que escuchó el bullicio abrió la puerta y apuntó su lámpara a la cobra, Twen y la mujer le pidieron ayuda. Pero el guardia, temblando de miedo, les entregó su lámpara y su bastón antes de salir de la celda subterránea y cerrar la puerta con llave tras él. La amiga de Twen comenzó a recitar 1 Samuel 17:46, donde David le dice a Goliat “El Señor te entregará hoy en mis manos, y yo te derribaré y te cortaré la cabeza”.

“Cuando comenzamos a repetir estas palabras una y otra vez, nos armamos de fuerza —dijo Twen—. Le dijimos [a la cobra] ‘Hoy traes tu ira y siseas, pero nosotras venimos contra ti en el nombre del Señor, y Dios nos entregará tu cabeza’”.

La misma amiga que había matado las demás serpientes golpeó a la cobra en la cabeza. Y cuando se retrajo y se enrolló, Twen la sostuvo contra la pared con un palo y su amiga la golpeó con otro.

Poco tiempo después de ese incidente, las palizas y la tortura cesaron.

Después de casi seis años en la prisión, permitieron a Twen salir temporalmente por una condición ocular. Debido a que el tratamiento requería una segunda cita, un amigo persuadió a los oficiales de la prisión a permitir que Twen permaneciera fuera de la prisión hasta su segunda cita.

Mientras Twen estuvo fuera de la prisión, sus padres intentaron hacer que firmara un documento donde negaba su fe. Un día, llevaron a un líder cristiano con ellos para ayudar a persuadirla. Usando la historia de Génesis 20 donde Abraham engaña a Abimelec sobre su esposa, Sara, para evitar la muerte, el líder cristiano le dijo a Twen que debía ser sabia como Abraham.

Su interpretación del pasaje enfureció a Twen. “¡No es bueno retorcer la Palabra de Dios!”, le dijo. Sorprendido por su enojo, el líder se disculpó y terminó la conversación abruptamente.

Un mes después, luego de su segunda cita médica, Twen decidió regresar a la prisión. Sabía que, si no regresaba, otros serían perseguidos por las autoridades. “¿Cómo puedo tomar el riesgo de ver a otros sufrir por culpa mía?”, pensó.

Después de una dolorosa partida con miembros de su familia, Twen regresó a la prisión, donde permaneció diez años más. Durante ese tiempo, se aferró a su esperanza en Cristo. “Yo no sabía cuándo me liberarían —dijo—. Estaba esperando el tiempo de Dios; oraba por que permaneciera fi el a Él hasta que llegara ese día”.

En la madrugada del 8 de septiembre de 2020, Twen se despertó temprano porque le tocaba cocinar el desayuno para los demás prisioneros. Después del desayuno, uno de los jefes llamó su nombre, y pronto supo que la estaban poniendo en libertad después de pasar 16 años en la prisión.

“Todos gritaban de gozo”, relató. Después de su liberación, Twen se mudó con su madre y comenzó el proceso de sanar física y emocionalmente. Un año y medio después, desarrolló una neumonía; su tiempo en prisión debilitó su sistema inmune.

Twen pronto se dio cuenta de cuánto se había perdido por estar en prisión. Había perdido un preciado tiempo con su padre, quien falleció dos años antes de su liberación. Pero a pesar de todos sus sacrificios, ella dijo que su futuro con Cristo era más que suficiente para compensarlo.

“Siempre intento comparar la eternidad con este corto periodo de nuestras vidas en la tierra —manifestó—. Estamos en este mundo por tan solo 70 u 80 años. Yo creo que Cristo es más grande que cualquier cosa. Él es bueno conmigo y es todo lo que necesito, pero Dios hace las cosas a Su tiempo. Mi trabajo es vivir para Cristo”.

Al principio, Twen encontró difícil la vida fuera de la prisión al ver cómo la gente se afana por trabajar, estudiar y ganar dinero. Ora por sabiduría para tener una vida equilibrada.

Mientras que admite que permanecer fiel a Cristo a veces fue difícil en la prisión, Twen dijo que por lo menos podía ver claramente el trabajo del enemigo. “Cuando sales, no ves la obra del enemigo tan fácilmente —explicó—. Hay muchas cosas que distraen. Necesitamos más gracia porque hay muchas cosas que se ven bonitas, pero que nos distraen de la obra de Dios. Debemos estar atentos”.

Se sabe que hoy más de 200 cristianos están en prisiones eritreas, incluyendo varios líderes principales de iglesias. Algunos de los encarcelados fueron arrestados en 2004, el mismo año del segundo arresto de Twen, y muchas familias no saben si sus seres queridos siguen vivos.

Al reflexionar sobre sus propios años de encarcelamiento, Twen dijo que está agradecida por todo lo que obtuvo mediante el sufrimiento. “Aunque es un periodo difícil de mi vida, pienso como Pedro y Juan, quienes fueron considerados dignos de sufrir la desgracia por el nombre de Jesús. Yo siento gozo cuando recuerdo mi tiempo en la prisión” dijo, refiriéndose a Hechos 5:41.

Hoy, Twen considera sus años de encarcelamiento un periodo gozoso y provechoso en su vida.

También entiende la importancia de conocer el costo de un compromiso con Cristo, como el que hizo en 2004 después de su primer arresto. “Esa decisión me sostuvo durante los 16 años del sufrimiento”, agregó. Por la probabilidad de ser reencarcelada, finalmente eligió salir de Eritrea e instalarse en otro país. Twen dijo que ora para que siempre pueda vivir su fe con la misma pasión y audacia que tuvo durante su encarcelamiento.

“Continúen orando por Eritrea y los perseguidos en Eritrea —dijo—, que mis hermanos y hermanas puedan ser animados en su fe y que sean fieles para ver más allá de la situación, para ver a Jesús en Su gloria”.

Una decisión crítica
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