Aun paralizado por una herida de bala, un pastor iraquí, sin inmutarse, proclama el Evangelio.
La propuesta de matrimonio de Haytham a su esposa, Mary, fue la última y la menos romántica de las tres que recibió.
“Creo que te amo —comenzó—, y quiero que seas mi esposa, pero también quiero contarte el plan para mi vida”. Entonces le explicó el llamado de Dios en su vida: su deseo de dejar su trabajo ministerial en el Líbano y regresar a su tierra natal iraquí para predicar el Evangelio. “Lo más probable es que tenga una vida más difícil que la persona promedio”, advirtió.
Haytham estaba listo para ser rechazado. Sabía que vivir como obrero cristiano en un país devastado por la guerra y predominantemente musulmán no era la vocación de todos los cristianos. Sin embargo, su devoción a ese llamado era justo lo que Mary quería en un esposo.
“Señor, quiero que envíes a alguien dedicado a ti – había orado -, y con él quiero casarme”. Ella reconoció a Haytham como la respuesta a esa oración. Un año después de casarse, en 1999, la pareja se mudó a una zona del Líbano densamente poblada por refugiados iraquíes y estableció un ministerio en la comunidad.
Cuando Haytham y Mary se comprometieron a proclamar el Evangelio a los iraquíes, Irak había vivido en un estado de guerra e inestabilidad económica durante dos décadas, así que la joven pareja espero una señal del Señor para saber el momento adecuado para irse.
La necesidad máxima
Haytham había crecido en una familia católica cerca de Bagdad, pero tenía muchas preguntas sobre la Biblia y sobre Dios. Y lo que conoció del islam también lo dejó insatisfecho. Luego, en 1994, a la edad de 23 años, conoció a unos cristianos que recibieron con agrado sus preguntas. Cuando uno de ellos comenzó a hablarle de Cristo y sobre la salvación, Haytham lo interrumpió.
“Por favor, perdóname —dijo—, pero conozco esta historia. No hace falta que me la digas. Necesito saber si la Biblia es realmente la Palabra de Dios o no. Si esta es la Palabra de Dios, necesito saber lo que Dios quiere que haga con ella.
Sin inmutarse, el cristiano le dio a Haytham lo que pedía: respuestas seguras sobre la verdad y el poder de la Palabra de Dios. Pero luego desafió a Haytham a no pensar en “lo que Dios quiere de él”, sino en “lo que él necesitaba de Dios”. Esta era una perspectiva que Haytham no había considerado.
“¿Cuál crees tú que es mi mayor necesidad?”, preguntó Haytham al joven. “Tu necesidad más importante es la más importante de todo ser humano —respondió el cristiano—. Tú eres un pecador y necesitas que Él te salve de tus pecados”. Con eso, regresó a la historia del Evangelio, pero esta vez Haytham entendió y respondió a la historia de una forma que no lo había hecho.
El crecimiento en la fe de Haytham fue rápido. Al cabo de un año se le pidió que dirigiera un grupo de jóvenes, y en 1996 fue nominado para asistir a un programa de formación teológica en Jordania. Después le dieron la oportunidad de ir al Líbano, donde continuó sus estudios mientras ayudaba a un pastor libanés a plantar una iglesia.
“Lo mas probable es que tenga una vida más difícil que la persona promedio”.
Pero su corazón le decía que pastorear una iglesia en el Líbano no era el camino correcto para él en ese momento. Durante una conferencia misionera, oró por la dirección del Señor. “El Señor tocó mi corazón para que tuviera que pensar en mi país, Irak —recordó Haytham—, y tengo que ir a predicar a Cristo allá”.
Preparando el camino a Mosul
Poco después de que Haytham y Mary comenzaran a trabajar con refugiados iraquíes, dos acontecimientos hicieron posible comenzar su trabajo en Irak.
“En 2003 terminé mis estudios teológicos aquí en el Líbano —dijo Haytham—, y ese mismo año cayó el régimen de Saddam Hussein. Lo consideré una señal del Señor para poder entrar en Irak”.
Haytham y otro plantador de iglesias pasaron un mes en Irak, evaluando la situación y encontrando un lugar para trabajar. Bagdad, dijo Haytham, era “claustrofóbica”, tenía muchísimos obreros cristianos aprovechando la repentina apertura de la región. Así que en lugar de quedarse allí, él y Mary fueron a Mosul, una ciudad a la que era más difícil llegar tanto geográfica como espiritualmente.
Haytham encontró una casa de alquiler de dos pisos que les permitiría vivir en el segundo piso mientras usaban el primer piso para la obra ministerial. Y antes de terminar el 2003, la pareja se había mudado con su familia de cuatro miembros a su nuevo hogar.
Mary se enfrentó de inmediato a los desafíos que Haytham le advirtió antes de casarse. Fueron rechazados por sus vecinos, espiados en su casa y denunciados en la mezquita local.
“Claro que fue difícil —recordó Mary—. Pero fue un gran estímulo para mí pues tenía como meta el servir al Señor”. Y su trabajo dio frutos.
“Fue un tiempo maravilloso para el ministerio —dijo Haytham—. La gente deseaba tanto conocer de Dios. En los primeros dos meses, la planta baja se llenó de gente, y yo ministraba en cada pueblo”. El primer grupo de nuevos creyentes fue bautizado poco después del establecimiento de la iglesia.
Pero la presión de la comunidad era real y creciente. Con una mezquita a solo 91 metros de la puerta principal, Haytham y Mary podían escuchar a los líderes de la mezquita instruyendo a los musulmanes para que los evitaran. Haytham también sabía que lo estaban siguiendo, y pronto quien les arrendaba su casa le dio malas noticias. El jeque de la mezquita había emitido una fatwa contra ellos; el fallo, basado en la ley islámica, exigía que los cristianos fueran expulsados de la comunidad. Su familia y su próspera iglesia tendrían que mudarse.

Mosul, situada a orillas del río Tigris, en el norte de Irak, fue devastada por los islamistas tras la guerra de Irak de 2003 y de nuevo en 2014 por el autoproclamado Estado Islámico (ISIS).
“Solo muévete”
Haytham encontró una nueva ubicación en Mosul y comenzó a renovarla. Pero la violencia aumentó en la ciudad y en todo Irak. En los meses anteriores, los bombardeos en las iglesias, los tiroteos desde vehículos y los secuestros habían puesto a la comunidad al límite.
Cuando el mes sagrado islámico del Ramadán estaba llegando a su fin en noviembre de 2004, Haytham y los miembros de su iglesia estaban listos para usar su nuevo edificio. La noche previa a la apertura, Haytham se sentó con Mary para tener una conversación seria.
“Si yo fuera martirizado, ¿cómo enfrentarías esta realidad?”, le preguntó a su esposa. Ella no quería considerar la posibilidad, pero Haytham insistió en la pregunta, recordándole que el martirio es el precio que algunos seguidores de Cristo pagan por su fidelidad. Él la animó a ser heroica frente a tal desafío, en caso de que ocurriera.
Al día siguiente, Haytham y su madre se dirigían a un pueblo cercano para recoger a algunos miembros de la iglesia cuando, en su espejo retrovisor, Haytham vio un automóvil que aceleraba detrás de ellos. Se orilló en el camino para dejar pasar al auto.
De repente, incluso antes de escuchar los disparos, sintió que el aire salía de sus pulmones. Luego, todo se volvió blanco mientras el automóvil se detenía junto a la carretera.
“Sentí que moría”, dijo Haytham. Vio escenas de su vida y escuchó a Mary y a los niños hablar. “Señor, acepta mi espíritu —oró—, y cuida de mi familia”.
Entonces sintió que una voz dentro de él le decía: “Solo muévete. No quiero que mueras. Quiero usarte”. Haytham abrió los ojos y trató de moverse, pero su cuerpo no respondía.
“Mamá, ¿qué pasó?”, le preguntó a su madre herida.
“Te dispararon”, respondió. Haytham recibió varios impactos. El daño más grave provino de una bala que atravesó su cuerpo de hombro a hombro, cortando parcialmente la médula espinal y dejándolo paralizado.

Mary y algunos amigos cristianos ayudaron a Haytham a recibir tratamiento en el Líbano después de que los islamistas le dispararon en Irak.
El primer médico que trató a Haytham le hizo preguntas para mantenerlo consciente. Cuando escuchó a Haytham orar, preguntó si estaba lanzando maldiciones sobre los hombres que le habían disparado. La respuesta de Haytham sorprendió al doctor.
“Desearía poder encontrarme con ellos y hablarles de la salvación del Señor —le dijo al médico—, para que no mueran en sus pecados y vayan al infierno”.
El doctor pausó su trabajo. “No comprendo —dijo—. ¿No quieres vengarte?”. Cuando Haytham dijo que no, el médico le pidió una explicación. “Dios, que es amor, mora en mi corazón —explicó Haytham— y me dio amor para todos, incluso para mis enemigos”.
Mientras tanto, Mary y otros en la iglesia se habían preocupado cuando Haytham y su madre no regresaron. Escucharon con inquietud las noticias de otros ataques violentos en la ciudad, pero no escucharon nada de Haytham. Finalmente, el padre y el hermano de Haytham fueron a buscarlos y descubrieron lo sucedido.
Cuando Mary llegó al hospital, se sorprendió por lo que vio. Su esposo estaba tirado en el suelo sin poder moverse y el hospital era un caos. Los mismos miembros de la iglesia cuidaron de Haytham, alimentándolo, brindándole atención médica y haciendo guardias.
Más tarde, unos amigos se enteraron de que los atacantes de Haytham iban a intentar matarlo de nuevo, y quedó claro que el hospital local no era un lugar seguro. Algunos cristianos lo llevaron de contrabando a la frontera con Siria, y desde allí fue llevado de vuelta al Líbano para recibir tratamiento médico durante ocho meses.
“Gente de todo el mundo donó dinero para tratarme en el hospital —dijo Haytham—. La cantidad de pastores y ministros que me visitaron en el hospital está más allá de la imaginación. Realmente sentimos cómo los hermanos en el Señor se aman unos a otros”.
La promesa de paz
La recuperación de Haytham fue larga y difícil, pero él y Mary vieron cómo Dios usaba incluso su sufrimiento para bendecir a otros.
“No colapsé emocionalmente —relató Haytham—, pero tuve momentos difíciles”. Seis meses después de su recuperación, un médico le dijo que probablemente nunca volvería a caminar. “Esto fue lo más duro que escuché — dijo—. Fue como si alguien me disparara en el corazón”.
“Dios, que es amor, mora en mi corazón, y me dio amor para todos, incluso para mis enemigos”.
Haytham llevó su dolor a Dios. “Señor, tú prometiste: ‘Mi paz os dejo’ —oró—. Yo quiero esa paz. Como le dijiste a Pablo: ‘Bástate mi gracia’. Yo quiero esa gracia”. Mientras oraba, se sentía cada vez más seguro de que su experiencia y perseverancia resultarían no solo en su propia paz, sino también en la paz de otras personas con quienes la compartía. Durante su estancia en el hospital, ofreció consuelo y aliento tanto a pacientes como a personal del hospital.
Actualmente, Haytham volvió al ministerio de la iglesia en el Líbano, pero aún enfrenta muchos desafíos. Hasta hace poco, él y su familia vivían en un apartamento en un cuarto piso. A veces no había electricidad y Haytham tenía que esperar horas antes de poder usar el ascensor para llegar a su apartamento, o dejar su silla de ruedas y arrastrarse por las escaleras. Además, no puede visitar a la gente tan libremente como le gustaría ni pararse detrás de un púlpito para predicar como le gustaría.
“Yo era una persona muy confiada — recalcó—. Dependía de mí mismo, y el Señor me enseñó a depender más de Él”.

Haytham (abajo a la izquierda en silla de ruedas) continúa su trabajo ministerial hoy, liderando una iglesia en crecimiento en el Líbano y confiando en que Dios lo sostendrá.
La creciente dependencia de Dios de Haytham ha llevado a más oportunidades para compartir el Evangelio. “Una de las cosas que me fortalece es el ministerio —dijo—. Es una fuente de consuelo; me anima. Oren por mí. Necesitamos su oración para que el Señor nos fortalezca y acompañe”.
A pesar de los desafíos que ha enfrentado, Haytham lidera una creciente congregación y espera continuar en el llamado que recibió hace muchos años.