Después del atentado
Pakistán

El 22 de septiembre de 2013, terroristas suicidas atacaron la Iglesia de Todos los Santos en Peshawar, Pakistán, después de un servicio dominical de adoración. Un fiel matrimonio, que perdió dos hijos en el ataque, ha ayudado a traer esperanza y sanidad a su iglesia, además de una obediencia bíblica para perdonar a sus perseguidores.
Anaya estuvo a punto de no ir a la iglesia ese domingo por la mañana. Su esposo, Fahmi, coordinador del ministerio juvenil en su provincia, estaba al otro lado del mundo en una conferencia de líderes juveniles cristianos. Así que Anaya, sola, tuvo que levantar y alistar a su hijo de 11 años, Ishan, y a su hija de 9 años, Naher, para el servicio de adoración de la mañana.
Naher había despertado con fiebre esa mañana, y Anaya dudó en llevarla a la iglesia. Pero los niños le rogaron a su madre que los llevara a la escuela dominical, e incluso pidieron el apoyo de su padre en una videollamada temprano en la mañana. Anaya cedió y se dirigieron a la Iglesia de Todos los Santos, igual que todas las semanas.
“Les preocupaba perderse la historia bíblica —dijo Anaya—. Siempre querían ir a la iglesia”. Pero el entusiasmo de Naher no fue más fuerte que la fiebre, así que fue al santuario para descansar en las piernas de su mamá a la mitad del servicio matutino. El himno final repetía el estribillo “Oh Señor Jesús, todos te necesitamos”.
Anaya planeaba evitar el tiempo de comunión después del servicio para poder llevar a su hija enferma a casa, pero se detuvo brevemente para hablar con su hermana y su cuñado, e Ishan salió a jugar con algunos amigos.
Luego el mundo de Anaya se hizo pedazos. A las 11:43 de la mañana, dos terroristas suicidas detonaron sus explosivos entre los casi 700 feligreses reunidos en el patio para una comida de convivencia. Inicialmente el número de muertos era de 81, incluyendo siete niños, y al menos 150 personas más resultaron heridas. Anaya resultó gravemente herida, mientras que Ishan y Naher estaban entre los siete niños muertos.
Un largo viaje a casa
Después de la conferencia de líderes juveniles, Fahmi pasó una semana con unos primos en otro país. Una iglesia pakistaní le había pedido que hablara en un evento juvenil ese sábado, y después del evento se quedó despierto hasta tarde para hablar con Anaya y los niños a través de una videollamada a nueve zonas horarias de distancia.

Este reloj, que colgaba en el santuario de la Iglesia de Todos los Santos, se detuvo cuando detonaron las bombas.
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En medio de la noche, Fahmi despertó por una llamada telefónica. Su primo, que trabajaba en el turno de noche, había visto en las noticias imágenes del atentado de Peshawar.
Fahmi llamó inmediatamente al teléfono de Anaya, pero no obtuvo respuesta. Luego llamó a su hermano mayor y no obtuvo respuesta. Llamó a todos los familiares y amigos en los que pudo pensar, pero nadie contestó.
“Sintonicé un canal de noticias pakistaní y vi los rostros, todos esos rostros me eran familiares y estaban heridos —recordó Fahmi—. Me parecía ver a toda mi familia en ese televisor”.
Continuó haciendo llamadas hasta que finalmente se comunicó con un amigo de otra iglesia. “Él dijo que había sido una situación muy, muy horrible en mi iglesia, y que no sabía nada de mi familia”, dijo Fahmi. Finalmente, Fahmi se comunicó con un amigo que le dijo que Anaya estaba gravemente herida. No sabía nada de los niños.
En cuestión de horas, sus amigos ayudaron a Fahmi a conseguir un vuelo temprano de regreso a Pakistán. “Solo oraba a Dios: ‘Por favor, no permitas que algo malo les haya pasado, que todo esté bien’ —dijo—. Esa era mi oración en mi viaje. Sentía que algo había sucedido, pero aun así oraba: ‘Por favor, Dios, permíteme ver a mi familia’”.

Arriba y abajo a la izquierda: Ishan tenía 11 años y Naher 9 cuando murieron en el bombardeo. La madre de Fahmi (arriba a la izquierda) también murió en la explosión.
Él recopiló fragmentos de información mientras viajaba, revisando las noticias y llamando entre vuelos. Se enteró de que su madre, dos tíos, su cuñado y algunos primos habían muerto. Además, sus hermanos, sobrinos, su cuñada y muchos amigos resultaron heridos. Y después, alguien confirmó que sus preciosos hijos se habían ido.
Un lugar de oración y paz

La Iglesia de Todos los Santos es un edificio llamativo y hermoso, ubicado dentro de las antiguas murallas de la ciudad de Peshawar. Sus cruces ornamentales y versículos bíblicos pintados en la puerta la caracterizan como cristiana, pero la arquitectura similar a una mezquita tenía la intención de hacerla acogedora para los musulmanes, quienes constituyen aproximadamente el 98% de la población pakistaní. Pintadas sobre un arco al frente del santuario están las palabras de Isaías 56:7: “Los recrearé en mi casa de oración”.
Peshawar, con una población de más de 2 millones de habitantes, es la puerta de entrada a la peligrosa frontera con Afganistán. Es la capital de la provincia de Jáiber Pastunjuá (KPK), una zona azotada por la violencia en el noroeste de Pakistán, donde los atentados con bombas y los asesinatos no son raros. Su terreno montañoso y plagado de cuevas ha convertido a KPK en el refugio de numerosos grupos terroristas islámicos, incluidos Al Qaeda y los talibanes. El grupo militante Jundallah, una rama de los talibanes pakistaníes, se atribuyó la responsabilidad del atentado.

Dos terroristas suicidas de Jundallah, cada uno con casi 6 kilos de explosivos ocultos, llenos de balines y otras piezas de metal para causar el máximo daño, se filtraron en la iglesia con obreros locales que entregaban alimentos para la convivencia. Uno de los hombres fue detenido cerca de una puerta exterior, pero el otro estaba casi en la puerta principal de la iglesia cuando detonaron sus explosivos.
Ahora, 12 años después, el atentado sigue siendo uno de los ataques más mortíferos cometidos contra cristianos en Pakistán. La cifra final de muertos, incluidas las víctimas que sucumbieron a sus heridas semanas o incluso meses después del atentado, fue de 127 personas.
A pesar de todo el sufrimiento y el dolor, la Iglesia de Todos los Santos siguió siendo una luz para la comunidad. Una semana después del ataque, la iglesia estaba abierta y llena de fieles, incluidos muchos de los heridos y familiares de los fallecidos. Y cuando, cerca del final del servicio, un coche bomba fue detonado en un mercado a solo unas cuadras de distancia, los feligreses respondieron con oración en lugar de pánico.
Esperanza después del horror
Cuando Fahmi llegó a Peshawar, su primera parada fue para ver a su esposa en el hospital. Ella estaba en la unidad de cuidados intensivos, recuperando y perdiendo la conciencia, con el cuerpo quemado y acribillado por la metralla de las bombas. Debido a su frágil condición, los médicos le aconsejaron a Fahmi que le ocultara a Anaya la verdad sobre la muerte de los niños. Así que sonrió y la animó a concentrarse en mejorar, esquivando sus preguntas sobre Ishan y Naher. La visita duró solo unos minutos antes de que las enfermeras lo sacaran. La siguiente parada de Fahmi fue la morgue, para identificar a sus hijos y ver el cuerpo de su madre.
Para Fahmi, los siguientes días fueron borrosos. “La mayor parte del tiempo lo pasé en el hospital —dijo—. Mi vida entera era solo mi esposa, porque los niños ya no estaban, así que ¿dónde más estaría?”. Entre las breves visitas a Anaya, Fahmi visitó a otros sobrevivientes del ataque. Oró y consoló a viudas, viudos, huérfanos y padres que, como él, habían perdido a familiares en las explosiones. Se sentó con los heridos y les dio ánimo, mientras cargaba en privado su propio dolor.
“Estuve en la etapa de negación durante mucho tiempo, así que no lloré —compartió Fahmi—. Mis amigos me decían: ‘¿Por qué no estás llorando, cuando has pasado por todo este sufrimiento y has perdido tanto?’. Yo solo miraba a Dios; oraba a Dios, pero incluso a veces no sabía qué orar, cómo orar ni qué decirle a Dios”.
Unos 10 días después del bombardeo, un pastor visitó la Iglesia de Todos los Santos y compartió un mensaje de Romanos 8. “Nos planteó una pregunta —dijo Fahmi— ¿Quién nos separará [del amor de Dios]? ¿esta persecución? ¿algo más así de malo? Me hice esta pregunta al estar sentado en la iglesia. Entonces di la misma respuesta que San Pablo: Nada puede separarnos del amor de Dios. Y esa fue la primera motivación y el fortalecimiento de mi fe”.
“ Mi fe se sacudió un poco y le preguntaba a Dios por qué se había llevado a los dos. Incluso entonces no culpaba a Dios; no renuncié a mi fe”.
Cuando Anaya fue trasladada a una sala de hospital normal, Fahmi le contó sobre la muerte de Ishan y Naher. Se impresionó, y después se enojó porque Fahmi le había ocultado la verdad, se enojó porque no pudo despedirse.
A pesar del enojo de Anaya, Fahmi se sintió aliviado porque finalmente pudieran llorar juntos la pérdida de sus hijos. Anaya había estado leyendo el libro de Job las semanas previas al bombardeo, por lo que esas palabras resonaron en su corazón durante su recuperación. Y así como Job se enfrentó a los acusadores, algunos amigos sugirieron que podía ser que Fahmi y Anaya tuvieran que arrepentirse de algún pecado secreto, como si la pérdida de sus dos hijos significara que estaban siendo castigados por Dios.

La familia Masih ha encontrado sanidad desde que perdió a su hija en el atentado. Ellos continúan adorando en la Iglesia de Todos los Santos.
Fahmi y Anaya sabían que eso no era lo que Jesús enseñó sobre la pérdida y el sufrimiento, pero estaban heridos y confundidos tratando de procesar la tragedia.
“Cuando estuve en el hospital, mi fe se sacudió un poco y le preguntaba a Dios por qué se había llevado a los dos —dijo Anaya—. Incluso entonces no culpaba a Dios; no renuncié a mi fe. En todo este duelo y a lo largo de esta situación, Dios estuvo con nosotros. Fue Dios quien nos consoló y nos reconfortó”.
Anaya comenzó a soñar con sus hijos, viéndolos en un lugar que reconocía como el cielo. “Eso también me dio un poco de consuelo, que mis hijos están en ese lugar”, recalcó.
Debido a que Anaya no podía asistir a la iglesia, Fahmi hizo arreglos para que familiares y amigos fueran a su casa para los servicios de oración y adoración. “Toda la familia se reunió —recordó Anaya—. Ese fue el tiempo para lidiar con el sufrimiento, y Dios estuvo con nosotros en estos servicios de adoración. Nos ayudó mucho”.
En los meses posteriores al bombardeo, los ojos de Fahmi vieron una nueva oportunidad ministerial. Un amigo misionero coreano había comenzado a visitar a las víctimas del bombardeo en sus casas, y Fahmi se sintió dirigido a acompañar a su amigo. Su presencia en estas visitas, consolando a otros mientras atravesaba su propio sufrimiento y dolor, tuvo un poderoso efecto en aquellos a quienes visitaba. Se acordó de 2 Corintios 1:3–4, mientras consolaba a los demás con el consuelo que él mismo recibía del Señor.
“Me animó más ayudar a los demás —dijo Fahmi—. Me ayudó a superar mi propio sufrimiento, mi propio dolor y duelo”.
Orar por los niños que quedaron huérfanos ayudó a Fahmi y Anaya a sanar del dolor de perder a sus propios hijos. Natasha Nazir, ahora de 26 años, era solo una adolescente cuando perdió a sus padres en el bombardeo. Siendo la hija mayor, se hizo responsable de criar a sus cuatro hermanos menores. “Me parecía difícil sobrevivir hace 10 años, cuando tenía solo 16 años —reconoció—. Pero he visto que [Dios] nos apoya. La mano de Dios nos ayuda, ya que mis hermanos y hermanas menores reciben educación y una de mis hermanas menores se casó el año pasado”.
Shalom Naeem tenía 11 años cuando ocurrió el atentado. Sus padres y su hermana mayor murieron ese día. Después, Shalom fue criado por su abuelo. “Fue una situación horrible para mí hace 12 años —reveló—. Estaba solo y buscaba en todos lados cualquier ayuda o apoyo. Pero Dios me tomó de la mano. Dios me ayuda en cada paso de mi vida. De hecho, Dios es mi fuerza”.

Cuando podía, Anaya acompañaba a Fahmi en estas visitas, especialmente en las visitas a los niños que habían perdido a uno o ambos padres en el bombardeo. Orar por estos huérfanos tenía un significado especial para ellos. “Cuando los visitábamos, les poníamos las manos en la cabeza y les decíamos que seríamos como sus padres [espirituales] —agregó Fahmi—. Esto les daba mucho aliento, valor, paz y consuelo”.
Unos meses después de que Anaya fuera dada de alta del hospital, dos regalos de Dios trajeron a la pareja un consuelo y una sanidad inesperados. En el nuevo año, Anaya quedó embarazada de una hija. Fahmi y Anaya también recibieron asesoría bíblica en otro país para su trauma y pérdida. Durante 10 semanas, procesaron lo sucedido a su familia y obtuvieron una visión más clara para servir a su angustiada iglesia.

Fahmi y Anaya tuvieron dos hijos más después del ataque. Dijeron que entender cómo confiar en Dios y perseverar en las pruebas es importante para su familia.
“Cientos de familias fueron víctimas de este atentado, pero solo mi esposa y yo tuvimos esta oportunidad— recordó Fahmi al tiempo que consideraban los próximos pasos—. Ahora es nuestro momento de regresar y darles consuelo”.
Cuando Fahmi y Anaya regresaron a Peshawar, su deseo de desarrollar un ministerio de consejería bíblica a través de la iglesia solo se hizo más fuerte. Oraron para que Dios les proveyera oportunidades, y Él contestó su oración. Con la aprobación de los líderes de la iglesia en Pakistán y el apoyo de los hermanos y hermanas en Cristo, se mudaron en 2015 y Fahmi comenzó la licenciatura en consejería pastoral.
Mientras algunos han experimentado gran recuperación desde el atentado, otros todavía están luchando. Cuando Samantha Azeem perdió a su esposo, ella y su hijo tuvieron que mudarse a casa de familiares, y ha tenido dificultades para encontrar una vivienda estable. “No digo que Dios no me esté ayudando… pero a veces me quejo —recalcó—. Es complicado estar sola y criar a un niño en una situación difícil, siendo mujer en esta sociedad dominada por hombres.
He enfrentado muchos problemas y desafíos en estos 10 años. Le pido a Dios que nos ayude a mí y a mi hijo”.
Fe y perdón
Después de graduarse, Fahmi recibió ofertas para servir en lugares más seguros, dentro de Pakistán y el extranjero. Pero la familia regresó a Peshawar, donde Fahmi asumió un puesto de profesor en un seminario cristiano cercano mientras iniciaba su trabajo de consejería.
“En nuestro país no hay una ‘cultura de consejería’ —expresó Fahmi—. La gente sufre, pero no quiere buscar ayuda”. Dijo que las personas a menudo tienen miedo de ser juzgadas o rechazadas como pecadoras si hablan de su dolor y sus luchas. Así que Fahmi, en lugar de esperar a que la gente se acerque, él los busca y los invita a charlar y orar mientras toman el té.
“Escuchar es muy importante, así que me concentro más en escuchar”, dijo. Cuando le piden ayuda o se abren naturalmente, entonces Fahmi ofrece un consejo piadoso y aliento bíblico. Es un proceso lento, pero más familias encuentran sanidad del trauma del ataque de 2013 como resultado de este acercamiento.
Recordando cómo otros trataron de explicar la muerte de Ishan y Naher como una especie de castigo divino o kármico, Fahmi trabaja para desarraigar los puntos de vista no bíblicos que él y Anaya enfrentaron, reemplazándolos con un punto de vista bíblico. A través de seminarios sobre traumas, campamentos de atención para los sobrevivientes y otras oportunidades de enseñanza, Fahmi explica a los participantes lo que las Escrituras enseñan sobre el sufrimiento y la persecución. El resultado, dijo, es que la iglesia se ha fortalecido en la fe desde el ataque. Fahmi y Anaya han visto a Dios sanar gran parte del quebrantamiento en sus vidas y equiparlos para ser instrumentos de restauración en su iglesia.
Esa restauración también ha significado aceptar las enseñanzas de Cristo sobre el perdón.
“Cuando los medios de comunicación vinieron y entrevistaron a muchas de las víctimas de nuestra iglesia [acerca del perdón], todos dijeron que los habíamos perdonado”, recordó Fahmi. Pero dijo que respondieron de esa manera porque sabían que debían hacerlo, no porque fuera realmente cierto. “Es realmente difícil perdonar a quienes matan a tus hijos”, dijo.
Pero el tiempo que pasó en soledad y reflexión, así como sus estudios de consejería pastoral, obligaron a Fahmi a confrontar la falta de perdón en su corazón. Consideró la enseñanza de Jesús sobre amar a los enemigos y bendecir a los que persiguen, y meditó en el acto de perdón de Jesús en la cruz. Fahmi sabía que perdonar a los culpables del atentado no solo era esencial para su sanidad y la de Anaya, sino una cuestión de obediencia fiel a Dios.
“Fue una larga lucha —expresó— pero después de 12 años puedo decir que realmente los hemos perdonado, porque nuestro Señor Jesús perdonó a los que lo persiguieron”.
El mensaje al que Fahmi se aferra hoy, y el mensaje que quiere que otros cristianos aprendan del atentado, es que ser cristiano es caminar por fe y no con temor. “Ya han pasado doce años y vivo por fe —agregó—. Ni siquiera este sufrimiento, persecución y dolor nos pueden separar del amor de Dios.
Vivir por fe debe ser nuestro compromiso con Dios y nuestra forma de vida. Cualquier cosa puede suceder en cualquier momento, en cualquier lugar, pero si tenemos una fe fuerte en Dios, si creemos que Jesús está con nosotros, no hay necesidad de temer”.

Abajo: Anwar Masih fue hospitalizado durante seis meses después del atentado. Arriba a la derecha: Al estudiar lo que la Palabra de Dios enseña acerca de la persecución, los sobrevivientes del atentado se han fortalecido en su fe desde el ataque. Abajo a la derecha: Mahek Imtias (con bufanda azul) resultó gravemente herida y aún tiene problemas emocionales.
Los sobrevivientes y sus familias han emprendido un viaje único de sanidad desde el atentado de 2013. En un reciente campamento de cuidados, algunos participantes compartieron sobre sus luchas y cómo Dios había estado obrando en su vida desde ese día para sanarlos y restaurar su esperanza.
“Agradezco mucho a Dios todas sus bendiciones sobre mí y mis hijos, incluso en el momento de mi angustia —reconoció Christina Imtias, madre de tres hijos cuyo esposo murió en el atentado—. Dios me está capacitando para criar a mis hijos, construir mi casa y conseguir un trabajo. Por otro lado, mi hija tuvo algunos problemas espirituales, físicos y psicológicos, pero Dios también la sanó. Estoy desbordada al decir que Dios es tan bueno y me está ayudando mucho”