“Un pastor en Medio Oriente prepara a su congregación para hacer el máximo sacrificio como seguidores de Cristo”.

El pastor Jon se encontraba de pie detrás del púlpito de su pequeña iglesia en Medio Oriente la mañana del domingo 2 de diciembre de 2012 cuando unos veinte combatientes de Al Qaeda fuertemente armados irrumpieron por la puerta principal gritando “¡Yihad!”. Los islamistas comenzaron a sacar de sus asientos a los cerca de cuarenta aterrorizados fieles, golpeándolos y empujándolos a un lado del edificio. Entonces, el líder del grupo ordenó a sus hombres que apuntaran sus rifles hacia la congregación. Apuntó su pistola a la cabeza de un miembro de la iglesia y amenazó con dispararles a todos, uno a la vez. Algunos de los miembros de la iglesia gritaron aterrorizados, y las jóvenes que estaban cerca de la esposa del pastor se agarraron de sus piernas con tal desesperación que rasgaron su ropa.

Jon dijo que iba a correr hacia su congregación cuando, en medio del caos, Dios le dio una visión. “Vi el cielo abierto y escuché ángeles cantando”, dijo. E impulsado por la visión celestial, gritó: “¡Dios nos está recibiendo! ¡Estén en paz! ¡Vamos al cielo!”.

Su inesperada respuesta a una muerte inminente causó un silencio reverente en la congregación. “Todos dejaron de llorar y se prepararon para encontrarse con su Salvador —explicó Jon—. Podían sentir la presencia de Dios. Si lees la Biblia donde Esteban está muriendo, no llora, aunque las pedradas son dolorosas. Él vio el cielo abierto; eso [nos] estaba… sucediendo”.

Sintiendo el cambio en la atmósfera, los islamistas parecían inquietos por estos cristianos que ya no temían a la muerte.

“¡Esta tierra pertenece a los musulmanes!”, gritó el líder de Al Qaeda casi a la defensiva. Él y los otros militantes se fueron de la iglesia, llevándose el equipo de sonido, mesas, sillas, un generador, teléfonos celulares, un minibús e incluso algunas Biblias.

Antes de irse, los extremistas destrozaron lo que quedaba y advirtieron a la congregación que los matarían si regresaban al edificio de la iglesia. Pero al día siguiente, llegaron aún más miembros de la iglesia para adorar a Dios.

“Todos vinimos —dijo Jon—, alrededor de cincuenta personas listas para morir”. Los combatientes de Al Qaeda no regresaron.

Años antes del ataque a su iglesia en 2012, Jon se había mudado a Medio Oriente en busca de trabajo. Al ver la gran necesidad del Evangelio en la región, invitó a evangelistas de otros países a hablar en reuniones visiblemente publicitadas. Pero los eventos ofendieron a muchas personas de la comunidad, especialmente a los musulmanes. Hubo acusaciones falsas contra Jon y terminó siendo arrestado. “Fui culpado, acusado de ladrón —dijo—. Y me metieron a la cárcel”.

Jon fue encerrado en una celda con otros veinticinco prisioneros, de los cuales casi la mitad eran extremistas islámicos. A pesar de estar rodeado de hombres peligrosos, leía la Biblia a menudo, preparándose para compartir el Evangelio si se presentaba la oportunidad. “Pienso predicar el Evangelio a cada momento y en todo lugar”, dijo.

También permaneció fiel en la oración. Cuando uno de los guardias desarrolló una afección ocular grave que requería viajar a otro país para recibir tratamiento, Jon ofreció orar por el hombre. Unos días después de orar por él, su visión fue completamente restaurada.

Después de un tiempo, los islamistas en la celda de Jon decidieron que ya no tolerarían a un cristiano entre ellos. “Una noche, alrededor de las 11 p.m. —dijo Jon— quien dormía a mi lado saltó sobre mí y comenzó a maldecirme e hizo que todos en la habitación gritaran ‘¡Allahu Akbar!’ [Alá es grande]”.

El islamista también comenzó a gritar un juramento islámico llamado Shahada. “Cuando hizo eso, significaba que me iba a matar”, dijo Jon. Como para confirmar sus temores, otro prisionero sacó un cuchillo. “Pensé que moriría —recordó Jon—. Dije: ‘gracias, Señor. Voy a ti’”. 

Desde la infancia, Jon sabía que algunos debían pagar un alto precio por Cristo. Su abuelo, un cristiano evangelista, le enseñó que morir por seguir a Cristo era la mayor bendición del Señor.

“Morir como un mártir, Jesús se pondrá de pie y me recibirá como a Esteban —dijo Jon—. Así que [durante el ataque en la cárcel] pensaba: ‘Voy a ir al cielo, este es un buen día’”.

Pero Jon no fue martirizado ese día. Antes de que el hombre pudiera herir a Jon, un guardia entró corriendo y apartó a los hombres. “¡Déjalo en paz! —gritó el guardia—. ¡Su Dios es para él, tu Dios es para ti!”. Era el mismo carcelero por el que Jon había orado.

Cuando Jon fue arrestado, su esposa, Grace, pensó que sus conexiones laborales (ella trabajaba para una compañía internacional influyente) podrían ayudar a liberarlo rápidamente. Sus esfuerzos fueron infructuosos; las autoridades exigieron el equivalente a más de 30.000 dólares para liberar a su esposo. Tras una semana en la cárcel y el atentado contra la vida de Jon, la pareja decidió pagar. Vendieron sus pertenencias personales para pagar la cuota de su liberación.

Las reuniones cristianas que Jon organizaba se convirtieron en una pequeña iglesia, y un grupo de obreros internacionales le pidieron que se convirtiera en su pastor. Sin embargo, el trabajo de Grace comenzó a verse afectado cuando las quejas sobre las actividades cristianas de Jon llegaron a su empleador.

Finalmente, los supervisores de Grace le dieron un ultimátum: podía mudarse a un país occidental y recibir un aumento significativo de sueldo o quedarse y perder su trabajo. “Puedes practicar tu religión, pero no puedes involucrarte en el ministerio”, le dijo un funcionario de la compañía.

Jon y Grace estaban decididos a continuar su trabajo ministerial, y Grace accedió a renunciar a su trabajo, pero fue un gran sacrificio.

“Cuando perdí mi trabajo, lo perdí todo —dijo Grace—. Esperaba un milagro de Dios porque había renunciado al trabajo por la iglesia”. A su frustración se sumaron las burlas que recibió de sus vecinos musulmanes cuando no se materializó una nueva fuente de ingresos. “¿Dónde está el Dios al que sirves? —le preguntaban—. ¿Cómo pagarás tus cuentas? ¿Quién te protegerá?”.

La pareja luchó financieramente durante los siguientes años, y Grace se desanimó por su situación, incluso consideró recibir tratamiento para su depresión. Pero por ese tiempo, Jon la instó a unirse a él en un tiempo de oración y ayuno.

Después de siete días de oración, Grace comenzó a sentir que el Señor la animaba, ayudándola a ver que su ministerio no era una carga, sino una bendición y que el sufrir por Dios también traía gozo. “Entendí que si estamos de parte de Dios, Él está a nuestro lado”, dijo.

Poco después del tiempo de oración, obreros de la primera línea ministerial se enteraron de sus necesidades y los conectaron con cristianos que los ayudan con los gastos de manutención.

Hoy en día, Grace responde de manera diferente a la presión y al peligro. “Dios me hizo ser muy paciente y tranquila — dijo—. Así que cuando alguien [amenaza] con arrestar o disparar, no actúo como antes, gritando, corriendo y entrando en pánico”.

Grace ha sido puesta a prueba varias veces a medida que las amenazas contra su esposo continúan. Recientemente, un hombre agredió a Jon en la calle, agarrándolo y tirándolo al suelo. “Me puso un cuchillo en el cuello y la pierna en el pecho —recordó Jon—. La gente gritaba: ‘¡mátalo! ¡mátalo!’”. Y luego, inexplicablemente, me soltó.

En otra ocasión, Jon se sintió impulsado a orar por un hombre que entró a la iglesia y se sentó en la primera fila. “Estaba sentado frente a mí —dijo Jon—, y Dios me dijo: ‘tiene una bomba. La va a hacer estallar muy pronto’”.

Jon oró: “Señor, él te interesa, tócalo”, y el hombre comenzó a llorar. Después de abrir su chaqueta para mostrar los explosivos, el hombre dijo: “Mire, tengo todo esto; quiero explotarlo. Pero siento el amor de Cristo. Quiero recibirlo”. El atacante afirmó que había sido enviado por Al Qaeda, pero en lugar de hacer estallar la iglesia, puso su fe en Cristo y fue bautizado ese día.

Si bien tales milagros han sido una parte habitual en la vida de Jon y Grace, ellos y otros cristianos en su país saben que una muerte violenta siempre es una posibilidad.

Jon sigue preparando a la iglesia ante la posibilidad del martirio. Recordándoles la exhortación de Cristo de tomar su cruz cada día. “[Todo] el que procure salvar su vida, la perderá —dijo refiriéndose a Lucas 17:33— [y todo] el que la pierda, la salvará”.

“¡Preparamos a la gente para el Gólgota, no para la playa! —continuó—. Para quienes quieren morir por Cristo, no existe el temor”.

Jon piensa que todos los cristianos deberían prepararse para morir por el nombre de Jesucristo.

“El problema es el mismo en todas partes —dijo—, seremos perseguidos por el nombre de Cristo. En todas partes el Espíritu Santo está levantando una nueva generación, llena de fe”. Citando Apocalipsis 12:11, los describió como “menospreciando sus vidas hasta la muerte”.

“Dios va a hacer esto por su causa — agregó Jon—. La gente va a estar lista para tomar la persecución con alegría y como la más grande bendición”.

Una Iglesia lista para morir
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